miércoles, 6 de junio de 2012

Por qué España debe salirse de la zona euro (III), por Manuel Balmaseda

Y terminamos con el tercero, donde Balmaseda da cumplida respuesta a las apreciaciones que de sus artículos han realizado otros economistas:



Por qué España debe salirse de la zona euro (III)



Ha constituido para mí una grata sorpresa el que mi artículo haya merecido la atención de profesionales tan prestigiosos, inteligentes y cultos como los profesores Juan Velarde y Carlos Rodríguez-Braun y el economista José Carlos Rodríguez. Los tres han enriquecido el debate con interesantes aportaciones y sugerentes puntos de vista.
Intentaré sintetizar las distintas posiciones y el estado actual del debate en relación con las siguientes tesis argumentadas en mi artículo:

I. Por estar en la Zona Euro, España ha perdido competitividad frente al exterior.

II. La salida de la Zona Euro y la devaluación de la moneda nacional es la forma más expeditiva, aunque costosa, de recuperar la productividad perdida.

III. La otra alternativa, la deflación interna, tiene un coste brutal en términos de contracción económica y desempleo.

IV. La ruptura de la Zona Euro no implica la de la Unión Europea.

V. El déficit presupuestario de las Administraciones Públicas no es la causa de la crisis sino una de las consecuencias de la pérdida de competitividad exterior de la economía española.

Ninguno de los tres autores cuestiona que la economía española haya perdido competitividad frente al exterior ni defiende, al menos explícitamente, que la incorporación de España a la Zona Euro haya sido un acierto. El profesor Velarde contempla, sin desaprobarla, la alternativa de “no haber ingresado en la Zona del Euro” aunque considera que “lo hecho, hecho está y en caso de pretender volver a una nueva peseta se generarían males que no compensarían…”. Carlos Rodríguez-Braun va más allá al decir que “Manuel Balmaseda puede tener razón cuando pronostica el fin de la moneda europea”; y, aunque José Carlos Rodríguez se pronuncia claramente en contra de la salida de la Zona Euro, tampoco defiende que la moneda única haya sido un acierto. Todos coincidimos en que el abandono del euro sería muy complicado y conllevaría, al menos inicialmente, importantes costes.

La deflación interna
Las discrepancias son más evidentes a la hora de proponer soluciones a la crisis. Juan Velarde parece inclinarse por mantener el status quo, dados los peligros de la vuelta a la peseta. José Carlos Rodríguez defiende un “lento, pero real ajuste que se produciría con una devaluación interna.” Así, “con la devaluación interna quienes pierden son los que han dejado de aportar a la economía, mientras que se premia a quienes siempre aportaron valor.”

La competitividad externa, es decir, la capacidad de un país para vender sus bienes y servicios al extranjero depende de la productividad, del coste de los factores de producción y del tipo de cambio de la moneda. La productividad es consecuencia del nivel educativo, de la calidad de las infraestructuras, de la actitud de prevaleciente ante la flexibilidad laboral o la innovación, de la eficiencia del gasto público, de la eficacia de la burocracia administrativa y de otras estructuras o valores sociales cuyo cambio real y significativo, aún siendo imprescindible, exige décadas o, incluso, generaciones enteras. Si se ha perdido competitividad por tener sobrevalorada la moneda y no se puede o no se quiere recurrir a la devaluación, hay que incidir en el coste de los factores de producción, léase reducir los salarios, los alquileres, los servicios auxiliares, etc. Esto se puede intentar mediante la llamada “deflación interna” y que no es otra cosa que someter al país a una fuerte recesión económica y dejar que el mercado vaya lentamente reduciendo estos costes. Dicho sea con cierta crudeza, cuando el desempleo llegue al 35% de la población laboral y la mitad de las oficinas y locales estés desocupados, los sueldos y los alquileres habrán de bajar.

El proceso es costosísimo pues, no basta con que las nuevas contrataciones se hagan a niveles más bajos, sino que se trata de conseguir salarios y costes medios inferiores en un 30% o 40%, que es lo que se conseguiría con la devaluación. Esto suena brutal y lo es. Ciertamente, ninguno de los tres autores defiende de forma explícita esta dolorosa terapia ni entra a analizar sus costes, pero es la que, impuesta por la UE, están siguiendo éste y el anterior gobierno de España con el apoyo y sanción de la mayoría de los medios de comunicación. La experiencia histórica demuestra que, casi siempre, los intentos de “deflación interna” fracasan y, después de unos años de empobrecimiento del país y fuerte desempleo, se termina devaluando. Grecia es un buen ejemplo actual de cómo funciona la “deflación interna”.

La devaluación de la moneda
Los tres autores se pronuncian en contra de esta alternativa: “la depreciación es un impuesto”, dice el profesor Rodríguez-Braun; “es un sendero realmente peligrosísimo para España”, “significaría una fuga de capitales gigantesca” advierte el profesor Velarde.

Sin embargo, los problemas, aunque complicados, pueden ser menos dramáticos de lo que parecen. La fuga de capitales es ahora cuando se está produciendo pero se invertiría en cuanto la moneda hubiera sido devaluada y los inversores pudieran comprar activos españoles más baratos. Los costes de las importaciones, en particular la energía, se encarecerían un 30% o un 40% pero hay que tener en cuenta que, por poner un ejemplo que está en la mente de todos, sólo un tercio del precio de la gasolina corresponde al coste del petróleo, el resto son impuestos y costes internos de refino y distribución. Incluso el acceso a los mercados financieros exteriores - que ahora es casi imposible, si exceptuamos la financiación del BCE que, evidentemente, no va a ser ilimitada — podría recuperarse al cabo de uno o dos años, en la medida en que España fuera ganando credibilidad al entrar de nuevo en la senda del crecimiento, al iniciar con firmeza las reformas estructurales y al controlar seriamente el déficit público. Tenemos innumerables ejemplos históricos de Estados y grandes empresas que han realizado quitas en sus deudas y han vuelto luego al favor de los mercados. Baste recordar las quiebras de Rusia, Brasil y las de otros muchos países que hoy han recuperado la confianza o las muy recientes de General Motors o Chrysler.

También quiero puntualizar que en ningún momento he sostenido que la devaluación sea la receta que cure todos los males y que cuanto más recurra a ella un país más prosperidad alcanzará, como insinúa con fina ironía mi amigo Rodríguez-Braun. Cuando defiendo la devaluación como medida excepcional para corregir la sobrevaloración actual de la moneda en España, soy plenamente consciente de que, si no va acompañada de importantes reformas que aumenten la flexibilidad laboral, fomenten la iniciativa empresarial y mejoren la eficiencia del gasto público, entre otras muchas, en pocos años se habrá perdido de nuevo la ventaja competitiva conseguida. Es cierto que el gobierno está abordando algunas de estas reformas pero se necesitarían muchos años para que éstas pudieran por sí solas incidir de forma sensible en una reducción de los costes de producción.

El gasto público
Un comentario expreso merece el problema del gasto público. Tanto José Carlos Rodríguez como, con mucho más énfasis, el profesor Rodríguez-Braun apuntan al gasto público como la causa principal de la crisis. Deliberadamente, he querido dejar este problema de lado, no porque no tenga importancia sino porque el objeto de mi artículo era la pérdida de competitividad de la economía española y quería evitar la confusión que podría generarse al mezclar ambos problemas. Pero, ante la insistencia, me veo obligado a hacer una breve reflexión.

El gasto público puede ser eficiente o ineficiente, elevado o bajo en relación con el PIB y puede generar o no déficit presupuestario. Tomando datos correspondientes al año 2011, hay ejemplos de países con muy alto nivel de gasto público y con economías muy prósperas, como Dinamarca (53%) o Suecia (52%), y también hay países, como muchos en África o Latinoamérica, con bajísimo porcentaje de gasto público sobre el PIB y cuyas economías son un desastre. En el caso de España, sin minusvalorar la gravedad de que el gasto público sea poco eficiente, su nivel en relación con el PIB fue del 43% en 2011, algo inferior a la media de los países de la OCDE que fue del 44% en ese mismo año. La conveniencia de aumentar o reducir el nivel estructural del gasto público podría ser objeto de otro apasionante debate en el que la ideología tendría tanto lugar como la ciencia económica. Pero, como ya expliqué en mi artículo, España ha cumplido, hasta el año 2008, con las restricciones del gasto público y del déficit presupuestario impuestas por el tratado de Maastricht mejor que Francia o Alemania. Ha sido la falta de competitividad, que se ha manifestado con crudeza a raíz de la crisis financiera e inmobiliaria, la que, arruinando a las empresas y dejando en el paro al 23% de los trabajadores, ha provocado el déficit presupuestario que padece España.

El hecho de que los acreedores de Alemania y Francia estén muy preocupados con el déficit presupuestario y el riesgo de impago de los países deudores es la causa de que políticos y economistas se centren en el problema del gasto púbico y en la forma de reducirlo. Ahora bien, desde el punto de vista de los intereses de España, el objetivo prioritario debe ser recuperar la competitividad para reducir el desempleo, antes que devolver la deuda.

Las referencias históricas
Aunque Carlos Rodríguez-Braun hace una brillante exposición de la ruptura del patrón oro, ninguno de los tres autores hace referencia a ejemplos concretos de países que hayan pasado por graves crisis económicas relacionadas con la sobrevaloración de sus respectivas monedas. En mi artículo analizo el resultado conseguido por trece países que optaron por devaluar y lo comparo con la experiencia de Letonia, que siguió, con poco éxito, la receta de la deflación interna. La economía es una ciencia social muy compleja y, sin un enfoque pragmático que pueda apoyarse en referencias históricas, resulta muy difícil acertar en la elección entre distintas alternativas de política económica. ¿Y el resto qué...?

martes, 5 de junio de 2012

Por qué España debe salirse de la zona euro (II), por Manuel Balmaseda

Vamos con el segundo artículo de la serie. Después de analizadas las causas, toca plantear las alternativas y decantarse por una de ellas:



Por qué España debe salirse de la zona Euro (II), por Manuel Balmaseda


LA SOLUCIÓN DEL PROBLEMA
En teoría, existen tres soluciones para recuperar la competitividad perdida:

- La integración plena de los 17 estados en uno solo.

-La llamada deflación interna, que consiste en ganar competitividad reduciendo los salarios y los precios pero manteniendo a España dentro del sistema Euro.

-La salida de la moneda única, recuperando España su propia moneda que, inmediatamente, sería fuertemente devaluada por el mercado.

Conviene puntualizar que, para evitar seguir perdiendo competitividad en el futuro, las tres soluciones deberían ir acompañadas de reformas del marco laboral y de las rigideces del mercado.

I. La integración plena de los 17 estados de la zona Euro es un ideal que está en la boca de todos los políticos pero en el que ninguno cree de verdad. Recientemente hemos visto como Sarkozy ha vetado la propuesta de Merkel de reformar el tratado de la unión otorgando a la Comisión Europea competencias para sancionar a los países que superen los límites de déficit y deuda pública establecidos. Y Sarkozy se ha opuesto porque esto implicaría una cesión de soberanía por parte de Francia que, aunque insignificante, él sabía que sería inaceptable para el pueblo francés. Hay que recordar que, en 2005, Francia votó, por una holgada mayoría del 55%, en contra del proyecto de Constitución Europea, a pesar de que, con este cambio, de ningún modo se pretendía hacer de la Unión Europea un solo estado. Igualmente, Holanda se pronunció en contra por una mayoría aun más amplia: 62% contra 38%.
Pero basta con conocer un poco algunos de estos países para comprender lo utópico de esta integración plena. ¿Quién puede pensar que los alemanes u holandeses van a querer integrarse en un solo país con Italia o Grecia? ¿No estamos viendo el intento de Escocia de separarse de Inglaterra? Y ¿qué decir de las dificultades de España para mantener integradas a las Comunidades Catalana y Vasca a pesar de compartir un idioma y siglos de historia en común?
 En todo caso, esta alternativa no está hoy por hoy sobre la mesa de los políticos y no tiene ningún sentido plantearla como solución a un problema, el de la crisis del Euro, que requiere una respuesta inmediata.

II. La segunda alternativa, la deflación interna, es la que, sin hacerla explícita, están imponiendo sobre los países periféricos la Comisión Europea, capitaneada por Merkel y Sarkozy, junto con el FMI. La teoría es que, si se induce una fuerte recesión en un país, la reducción de la demanda y el alza del desempleo provocarán un descenso generalizado de los precios y harán al país más competitivo.
Aunque lo que pretenden la Comisión Europea y el FMI es que Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España y Portugal, los llamados PIIGS, reduzcan o eliminen su déficit presupuestario, el resultado que están consiguiendo es el de provocar fuertes recesiones en estos países, como se ha comprobado en el caso de Grecia en 2011 y se prevé en España para el año 2012. Unas semanas después de que el nuevo gobierno de Rajoy anunciara subidas de impuestos y recortes de gastos para ajustarse a los límites de déficit público del 4.4% y 3% del PIB impuestos a España por la Comisión Europea para 2012 y 2013 respectivamente, el FMI responde con unas nuevas estimaciones de déficit para España del 6,8% y 6,3% del PIB para estos mismos años. Igualmente, el FMI ha revisado al alza su previsión de deuda pública de España para finales de 2013, que ahora es del 84% del PIB, lo que supone un deterioro de 12,1 puntos porcentuales sobre su anterior estimación. La política que se está imponiendo a España para evitar su salida de la zona euro tendrá un inmenso coste económico y social.
La estrategia de deflación interna se ha aplicado desde 2008 a Letonia y ha resultado ser una catástrofe. Letonia tiene su moneda vinculada al Euro, de manera que, aunque no está en la zona Euro, tiene en la práctica los mismos problemas. Sus bancos acreedores, principalmente suecos, junto con la Comisión Europea, han presionado fuertemente sobre el gobierno para evitar que Letonia devalúe su moneda e incumpla sus obligaciones crediticias. La política de deflación interna que se ha impuesto sobre este país ha provocado, desde finales de 2007 hasta comienzos de 2010, una caída del PIB del 24%, la más dura y costosa en términos económicos y humanos que ha padecido cualquier país desde la gran depresión del año 1929. La tasa de desempleo y subempleo llegó al 30%, a la que habría que sumar un 10% de emigración forzosa. Según las proyecciones del FMI, el PIB de Letonia no recuperará el nivel del año 2007 hasta el año 2016. Solamente cuando el gobierno desistió de aplicar la política deflacionista, a partir de 2010, la caída se moderó (-0,3 % del PIB en 2010) y la economía comenzó de nuevo a crecer de forma moderada (3,3% del PIB en 2011) , y ello a pesar de las ayudas de 7.500 millones de euros, que equivalen al 75% del PIB de un año, recibidas de Europa y del FMI. Con eso y todo, en 2011 el PIB fue todavía un 19% inferior al de 2007, la tasa de paro y subempleo estaba en el 21% y el déficit de las cuentas públicas fue del 7,6% del PIB . En todo caso, las exportaciones no han contribuido prácticamente en nada a este crecimiento y la inflación acumulada de los cuatro últimos años ha sido del 21%, lo que confirma el fracaso de la política de deflación interna. Si España tuviera que recibir las mismas ayudas que Letonia en porcentaje de su PIB, Europa y el FMI deberían aportar cerca de 800.000 millones de euros.

III. El abandono de la zona Euro, la devaluación de la nueva moneda nacional y la quita de parte de la deuda

Esta alternativa, aunque dura y complicada, es la única posible si no queremos someter a España al largo calvario de la deflación interna. Es la que han seguido en el pasado, con resultados bastante satisfactorios, la mayoría de los países que entraron en crisis por falta de competitividad o por tener sus monedas sobrevaloradas.
Aunque cada crisis es un caso único, con ánimo meramente ilustrativo, explicaremos el proceso seguido por los trece principales países del mundo que, en los últimos veinte años, han devaluado sus monedas para salir de una crisis: Islandia en octubre de 2008; Argentina en diciembre de 2001; Georgia en diciembre de 1998; Indonesia, Tailandia, Malasia y Corea del Sur entre julio y diciembre de 1997; Méjico en diciembre de 1994; Irán en marzo de 1993; Italia, Gran Bretaña, Finlandia y Suecia entre agosto y noviembre de 1992;
Según el estudio publicado en diciembre de 2011 por el prestigioso Center for Economic and Policy Research - de cuyo Consejo Asesor forman parte dos premios Nobel, R. Solow y J. Stiglitz, junto con el profesor de la Universidad de Harvard R. Freeman - las devaluaciones de estos trece países oscilaron entre un 96% y un 23%, con un valor medio del 43%. Sus economías se contrajeron durante un período de tiempo que osciló entre cero y 5 trimestres contados desde la fecha de la devaluación, con un valor medio de 2,5 trimestres. La reducción del PIB al final de este período de contracción varió entre cero y el 16,6%, con una reducción media del 6,6%. Tres años después de la devaluación, el PIB había superado el valor previo a la devaluación en 10 de los trece países, alcanzando en estos 10 países un crecimiento medio del 10,3%. El PIB de los otros tres países, tres años después de devaluar, era un 7,6% inferior al valor anterior a la devaluación. Estos resultados son incomparablemente mejores que los de Letonia cuyo PIB, tres años después de iniciado el proceso de deflación interna, seguía siendo un 21,3% inferior al inicial .

 La experiencia Argentina
 Especial atención, por su proximidad cultural con España, merece el caso de Argentina. Este país intentó mantener la paridad del peso con el dólar a costa de una dura recesión durante los años 1998-2001. En diciembre de 2001, cambió su estrategia, suspendió pagos en su deuda pública y, unas semanas después, permitió que el peso se devaluara libremente. El resultado fue que su economía, que ya se había contraído cerca de un 15% antes de la devaluación, decreció otro 5% durante el primer trimestre que siguió a ésta pero, a continuación, empezó a crecer, ligeramente durante tres trimestres y fuertemente a partir de 2003. En el primer trimestre de 2005, el PIB había ya recuperado el nivel anterior a la devaluación .
En 2010 el crecimiento del PIB fue del 9% y en 2011 fue superior al 6%. El crecimiento acumulado del PIB durante el período 2003-2011 ha sido del 90% en términos reales. Todo esto a pesar de la suspensión de pagos de su deuda pública y de no tener prácticamente acceso a los mercados financieros internacionales. Conviene resaltar que, en contra de lo que se cree, la contribución acumulada de las exportaciones al crecimiento de PIB durante la expansión de los años 2002-2008 fue de sólo 7,6 puntos porcentuales, es decir, el 12% del crecimiento total. El desempleo ha caído del 18,4% en 2001 al 9% en 2011 , el índice de pobreza, que alcanzaba casi el 50% de la población en 2001, bajó al 14% a principios de 2010 y el índice de pobreza extrema se ha reducido desde el 25% en 2001 al 6,6% en 2010 . La gráfica de la evolución del PIB, que figura a continuación es suficientemente expresiva del buen resultado del proceso de devaluación y quita seguido por Argentina.

Fuente: Center for Economic and Policy Research


POSIBLE EVOLUCIÓN DE LOS ACONTECIMIENTOS

Algunos analistas y políticos, empeñados en aterrorizar al ciudadano con todas las catástrofes imaginables para el caso de que España abandonara la zona Euro, han llegado a afirmar que el PIB se contraería un 60%. Esto es obviamente un disparate y la historia de las trece devaluaciones, explicada anteriormente, lo confirma. Tampoco tienen razón quienes afirman que el abandono de la zona euro implica la obligación de dejar la Unión Europea; el que este supuesto de abandono no esté previsto en los tratados en absoluto puede llevarnos a esta conclusión. En principio, ningún país está interesado en que otro sea expulsado de la Unión Europea y, por lo tanto, siempre se encontrará un acomodo para esta situación. Sin duda, el proceso es duro y traumático pero mucho menos de lo que nos quieren hacer creer.

Existen distintos supuestos:

A. El abandono de la zona Euro por parte de Alemania y algún otro país de economía fuerte como podría ser Holanda o incluso Francia. En este caso, quedaría una zona Euro con países de economía débil, entre ellos España. El Euro sufriría una fortísima devaluación que permitiría a los países que quedaran en su zona recuperar, al menos en parte, la competitividad perdida. Esta sería para España la opción menos traumática y no es del todo descartable ya que los últimos sondeos reflejan que un 42% de los alemanes desean que su país abandone el euro.

B. La disolución total de la zona Euro. Tampoco es una solución totalmente descartable para el caso de que las cosas se pongan muy mal y Francia y Alemania vean que es imposible seguir financiando la costosa y creciente deuda pública de los países PIIGS. Para España no sería mala pues, siendo pactada, el porcentaje de quita tanto de la deuda pública como de la privada habría sido previamente decidido por acuerdo de todos los países.

C. El supuesto más complicado sería el de que España tomara la iniciativa política de abandonar la zona euro o fuera empujada por los mercados o por la salida de otro de los países periféricos. Un país como España con un fortísimo endeudamiento frente al exterior e importantes déficit comercial y presupuestario queda siempre a expensas de las decisiones de los mercados. Hasta ahora, el Banco Central Europeo está consiguiendo contrarrestar la presión de éstos pero no sabemos por cuánto tiempo los alemanes van a seguir soportando que el balance del banco se infle desmesuradamente.
En este supuesto, una hipótesis sobre la posible evolución de los acontecimientos podría ser la siguiente:

1. El Gobierno tomaría la decisión durante un fin de semana con los mercados cerrados y los mantendría sin abrir durante al menos una semana.


2. Inmediatamente se iniciarían negociaciones con todos los países acreedores para acordar las quitas, tanto de la deuda pública frente al exterior como de la de bancos, cajas e instituciones financieras con entidades o residentes extranjeros. Estas negociaciones llevarían tiempo y, mientras duraran, España suspendería de forma inmediata el pago al extranjero de su deuda pública, incluyendo intereses y principal.

3. Habida cuenta de que el sistema bancario español tiene una deuda externa de más de 500.000 millones de euros, la devaluación de la moneda nacional implicaría la quiebra de muchos bancos y cajas que deberían ser temporalmente nacionalizados. El Banco de España pondría al frente de cada entidad nacionalizada a un empleado de alto nivel que hiciera posible que las instituciones funcionaran con normalidad y continuaran concediendo créditos y respondiendo a las demandas de sus clientes. El Estado recapitalizaría los bancos y cajas quebrados y los reprivatizaría en un plazo posiblemente no superior a tres años.

4. Todos los depósitos bancarios, cuentas corrientes, créditos, deudas, contratos y obligaciones entre residentes en España serían, por Decreto Ley, denominados en Euros “E” o Euros españoles. El ciudadano ordinario no percibiría ningún cambio, excepto si viajara al extranjero o comprara bienes importados.

5. Los contratos deudas y obligaciones entre particulares o entidades no financieras residentes en España y entidades financieras o no financieras y particulares residentes en el extranjero serían, en su caso, objeto de negociación privada entre las partes.

6. Todos los billetes detentados en España serían estampillados por los propios bancos convirtiéndose así en Euros “E” o Euros españoles, y ello como medida provisional hasta que se decidiera sobre la denominación, diseño y puesta en circulación de la nueva moneda nacional, operación que podría llevar de seis a doce meses. Los residentes en España poseedores de billetes estarían obligados a llevarlos a los bancos para su estampillado. Los residentes en el extranjero en viaje por España podrían sacar al extranjero una cantidad limitada de Euros “fuertes” en billetes no estampillados o en metálico. Las monedas en circulación seguirían siendo válidas hasta que se sustituyeran por otras de distinto diseño y denominación pero con las mismas dimensiones y peso para facilitar su uso en cajeros y máquinas.

7. El Banco de España llegaría a acuerdos con banco privados extranjeros para depositar en ellos divisas que permitieran a los comerciantes seguir importando mercancía y mantener el tráfico ordinario.

8. El Banco de España fijaría diariamente el tipo de cambio oficial para la compra y venta de divisas con moneda nacional. Se estima que la moneda nacional sufriría inicialmente una devaluación con respecto del Euro del orden del 40% al 60%, aunque al cabo de algunos meses recuperaría, quizá, entre 10 y 15 puntos porcentuales de la pérdida inicial.

9. La economía, impulsada por el turismo y las exportaciones, empezaría a reanimarse en muy pocos meses, lo que repercutiría en los ingresos públicos, en la reanimación del sector inmobiliario, sobre todo en las zonas turísticas, y en la disminución de la morosidad del sistema bancario.

Ciertamente, todo esto es más complicado y asusta mucho más que hacer unos cuantos recortes en el gasto de la Administraciones Públicas, subir algo los impuestos, introducir un par de retoques en la normativa laboral y esperar a que los acontecimientos y el tiempo arrastren al país a una situación de total depresión económica y social o a que un milagro lo saque de este marasmo. Pero hay que entender que no estamos en un debate intelectual de salón, sino que lo que está en cuestión es la elección de una estrategia que puede conducir al desempleo y miseria o al bienestar de millones de españoles durante muchos años. Los ciudadanos tienen derecho a esperar de sus dirigentes políticos e intelectuales claridad de juicio, valentía y decisión para adoptar las medidas necesarias, aunque asusten y pongan en riesgo su propio prestigio. Nunca la indecisión y la inacción han sido el fundamento de una buena estrategia. ¿Y el resto qué...?

lunes, 4 de junio de 2012

Por qué España debe salirse de la zona del euro (I), por Manuel Balmaseda

Cada vez somos más los que pensamos que o escapamos de la esclavitud del euro o este país no levanta cabeza ni así pase medio siglo. Eso sin descartar que al final la presión sobre España acabe siendo tan grande que en lugar de escapar de él terminen por echarnos de la unión monetaria. En todo caso, por la actualidad y el interés del asunto, con la prima de riesgo por encima de los 500 puntos básicos desde hace dos semanas y los rumores de intervención a la orden del día, me parece de lo más oportuno rescatar esta serie de artículos del economísta Manuel Balmaseda para el diario digital El imparcial.

En mi opinión se trata de uno de los diagnósticos más certeros y mejor fundados que se puedan leer en internet sobre la coyuntura actual.  A lo largo de los tres artículos Balmaseda identifica claramente el origen de nuestros problemas, descarta otros diagnosticos errados muy en boga, analiza el abanico de posibilidades que se no presenta y apuesta decididamente por  la solución que ya anuncia el título: salirse de la zona del euro.

Vamos con el primero:


Por qué España debe salirse de la zona Euro (I), por Manuel Balmaseda

EL PROBLEMA

Ha habido en la Historia muchos intentos de uniones monetarias. Simplificando, se puede decir que han tenido éxito las que han ido acompañadas de la unificación política plena en un solo estado soberano, con un gobierno central, un poder legislativo y un presupuesto. Uniones monetarias con éxito lo fueron la de Inglaterra y Escocia de 1707, la unificación Italiana de 1861, la creación de la Reserva Federal de EEUU en 1913 o la unión de las dos Alemanias de 1990. Fueron ejemplos de fracaso la Unión Monetaria Latina creada en 1865 entre Francia, Bélgica, Italia y Suiza o la Unión Monetaria Escandinava entre Dinamarca y Suecia, a la que se sumó Noruega en 1875, y que sobrevivió hasta 1920.
La Unión Monetaria Europea es un caso casi único y sin precedentes. Se inicia en 1999 con 11 países, entre ellos España, y hoy integra a un conjunto de 17 estados independientes, sin que haya unidad cultural y lingüística entre la mayoría de ellos y sin que exista un proyecto definido de unificación política plena, con renuncia a la propia soberanía de cada estado, todo ello sin perjuicio de los anhelos y buenos deseos de muchos europeístas convencidos.

Las ventajas de esta unión son indudables. Aparte del beneficio de una mayor integración política, la unión monetaria aporta una gran estabilidad y ahorro en las transacciones comerciales pues evita los costes y riesgos de cambio.
Sin embargo, limitándonos al caso de España, las consecuencias perjudiciales del Euro han sido enormes.

El Banco Central Europeo ha seguido, como es lógico, una política de tipos de interés adecuada a los países con más peso económico y político, en su conjunto, dentro de la zona: Alemania, Francia, Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Finlandia y Austria. Estos son países con una cultura y tradición de inflación baja, a diferencia de España, Italia o Portugal que por su estructura económica, hábitos comerciales y, sobre todo, marco de relaciones laborales han mantenido un historial de inflación mucho más elevada.

En el caso de España, los tipos de interés reales — deducida la inflación verdadera — que ha venido aplicando el Banco Central Europeo han resultado ser muy bajos o próximos a cero, con la consecuencia de que las empresas y las familias se han endeudado durante la década de vigencia del euro de forma alarmante: las empresas han incrementado su endeudamiento en el equivalente a un 62% del PIB y las familias en una cantidad igual al 41% de su renta disponible . Pero lo más grave ha sido el endeudamiento de la economía española en su conjunto frente al exterior que, entre los años 2000 y 2009, ha aumentado en 739.000 millones de euros, el equivalente a un 69% del PIB de este año. Como resultado, a finales de 2009 la economía española debía a bancos y entidades extranjeras un total de 925.000 millones de euros, que representa un 86% del PIB, y más de la mitad de esta cantidad, el equivalente al 47% del PIB, correspondía a deuda de bancos y cajas con el extranjero.
El resultado ha sido dramático principalmente en tres aspectos:
Burbuja inmobiliaria.

Este disparatado endeudamiento ha servido, entre otros fines, para financiar una gigantesca inversión inmobiliaria especulativa que ha atraído una masiva inmigración de mano de obra no cualificada. Este problema es tan patente y sobradamente conocido que huelga dar cifras para explicarlo. Un paseo por las urbanizaciones fantasma de Seseña, Guadalajara o la Costa del Sol ilustra más que muchas cifras.

Pérdida de competitividad

La economía española ha crecido enormemente durante estos años de bonanza — 2000 a 2007 — pero sobre la base de un desarrollo precario dirigido al consumo interno, con el consiguiente encarecimiento de los costes de producción que no ha ido acompañado de mejoras de la productividad. Como consecuencia se ha producido un enorme deterioro de la competitividad de la economía española frente al extranjero. El indicador de competitividad calculado por la OCDE — que combina los costes laborales, la productividad y los tipos de cambio de las divisas de los socios comerciales — se ha deteriorado en España en un 31% entre los años 2000 y 2008 mientras que en Alemania ha mejorado en un 2% durante estos mismos años. Es decir, en comparación con Alemania, España es un 33% menos competitiva en los mercados extranjeros. Otro indicador distinto, tomado del Boletín Estadístico del Banco de España para el período de 1999 a 2008, refleja una caída de la competitividad de España frente a los países desarrollados del 15,2%. No es de extrañar que, si exceptuamos el sector del ocio y turismo, las multinacionales no inviertan en España y que se marchen una vez que hayan amortizado sus inversiones. Es precisamente la mejora de su competitividad en relación con los otros países de la zona Euro lo que explica que Alemania esté saliendo de la crisis mundial mejor que ningún otro país de su entorno y que tenga ahora una tasa de desempleo del 6,8%, la más baja desde su reunificación. Las exportaciones de bienes y servicios han pasado de representar un 29% del PIB en el año 2000 a un 26,5% en el año 2008, mientras que en Alemania han pasado, en estos mismos años, del 33,3% al 47,5% del PIB . La primera década de vigencia del Euro, en contra de lo previsto, no ha producido una convergencia sino una divergencia en los diferenciales de productividad preexistentes. Lo más insólito de todo esto es que, incluso durante los años 2008 y 2011 en que España sufre un brutal aumento del desempleo, el índice de precios industriales haya subido un 2,5% anual , los costes laborales hayan aumentado un 1,4% anual y los costes laborales en la construcción un 3,3% anual . Este último dato es tan insólito que si no proviniera del Banco de España habría que cuestionarlo.

Déficit público

El empleo y los beneficios generados han engrosado las arcas públicas de forma que las Administraciones Públicas se han puesto a gastar como si la bonanza fuera para siempre, con el consiguiente deterioro súbito de sus cuentas en cuanto ha estallado el globo del crecimiento artificial centrado en el ladrillo. Para agravar más el déficit, a la pérdida de ingresos se ha sumado el incremento de los gastos generados por el desempleo, que ha aumentado en más de 3 millones de trabajadores.

EL EURO EN EL ORIGEN DEL PROBLEMA
Los problemas aquí expuestos son generalmente admitidos sin discusión. El gran debate surge a la hora de analizar las causas y, obviamente, las soluciones posibles.

Si España se hubiera mantenido en la peseta, como Gran Bretaña en la libra, los mercados no hubieran prestado tanto dinero a tan bajo tipo de interés. A medida que hubieran aumentado la deuda externa y el déficit por cuenta corriente, la peseta hubiera tendido a devaluarse y los tipos de interés a subir. También el Banco de España hubiera tenido independencia para fijar una política financiera más restrictiva. Todo ello hubiera impedido, o al menos aminorado, la locura especulativa en el sector inmobiliario, la masiva entrada de mano de obra no cualificada y el enorme endeudamiento externo de la banca. La ficción, creada por los políticos, de que la entrada en la Zona Euro era irreversible ha inducido a los bancos y fondos extranjeros a subestimar el riesgo en que incurrían al comprar bonos españoles.

Los políticos del continente Europeo, los banqueros, las grandes empresas no exportadoras y los medios de comunicación se han confabulado para convencer al ciudadano de que el origen del problema no está en el Euro sino en el excesivo gasto de las Administraciones Públicas. De ahí la conclusión unánime de que hay que recortar el gasto público y que así se solucionarán los problemas de España y demás países periféricos de la zona Euro.

Veamos por qué esto es una falacia, y ello sin perjuicio de considerar muy necesario suprimir gastos superfluos, ineficiencias y corrupción en las Administraciones Públicas. Entre el año 2000 y 2007 España ha cumplido mejor que Alemania y Francia con los límites del 3% anual de déficit presupuestario y del 60% de deuda pública, en porcentaje sobre el PIB. España no ha sobrepasado en ninguno de estos años estos límites, como sí lo han hecho estos dos países, incluso ha tenido un superávit de cerca del 2% en sus cuentas públicas en los años 2006 y 2007. La deuda total y el déficit anual de las 

Administraciones Públicas españolas es actualmente, en porcentaje sobre el PIB, inferior a la de EEUU o Gran Bretaña y, sin embargo, los mercados aceptan su deuda a 10 años a tipos inferiores al 2% mientras que, en el caso de España, se niegan a prestar a tipos del 6,5% y sólo la intervención masiva de Banco Central Europeo, primero directa y ahora indirectamente a través de préstamos a los bancos, ha hecho posible que España pueda colocar su deuda al 5,5%. De verdad, ¿qué temen los mercados en el caso de España? Pues pregúntese a cualquier gestor de fondos extranjero y sabremos que los inversores privados no quieren comprar deuda Española a 10 años por el temor a que, para entonces, España haya sido expulsada de la Zona Euro y se les devuelva su préstamo en pesetas o euros españoles. Y ¿por qué no les gustará recibir en pago moneda española? Porque saben que la futura moneda española, cualquiera que sea su denominación, se habrá devaluado entre un 35% y un 50%, que es el porcentaje de devaluación que los expertos estiman que necesita la economía española para recuperar su competitividad frente al exterior.

La receta que están imponiendo la señora Merkel y el señor Sarkozy a los países llamados periféricos, y entre ellos a España, es un disparate, que desaprobaría cualquier alumno de primero de económicas. Como se ha comprobado en el caso de Grecia, que ha sido el primer país sometido a la disciplina comunitaria, la reducción del gasto público es una medida pro cíclica que no hace sino profundizar la recesión, reduciendo aún más los ingresos públicos y aumentando el desempleo y los gastos que conlleva. El resultado es que, caeteris paribus, el déficit no se reduce sino que, por el contrario, aumenta. Las medidas que pretenden aplicar la Unión Europea y el FMI simplemente prolongan la agonía. Incluso si Alemania - o para el caso China o Brasil, a quienes también se está pidiendo dinero — estuvieran dispuestos a aportar billones de euros al fondo de rescate creado para financiar la deuda española e italiana, con ello España no recuperaría la competitividad perdida durante los años de bonanza vividos al abrigo del Euro. Cuanto más dinero presten a España más aumentará la deuda externa y más grave será el problema el día, que llegará, en que España se vea obligada a salir de la zona Euro para poder competir por sus propios medios.

Ahora la pregunta es ¿por qué tienen Francia y Alemania ese empeño en que España se apriete el cinturón y no salga de la unión monetaria? Pues también es fácil de comprender: la salida de la zona Euro y consiguiente devaluación — porque para eso se sale de la zona Euro, para devaluar — implicará una importante pérdida para los tenedores extranjeros de deuda española, pública y privada, y da la casualidad de que los principales tenedores de esta deuda son los bancos, empresas y fondos de inversión franceses y alemanes. No es que Merkel o Sarkozy tengan a España o a Italia especial cariño, es que no quieren sufrir las consecuencias de la quita que se avecina o por lo menos no quieren que se produzca mientras estén ellos en el poder. Actúan como el banquero que presiona para que el deudor se apriete el cinturón y pague el 100% de la deuda sin quitas ni descuentos.

Es cierto que la Comisión Europea y el FMI también insisten en la necesidad de acometer reformas estructurales en la economía, pero con éstas no se conseguiría recuperar la competitividad ya perdida sino sólo evitar la pérdida futura.

 

¿Y el resto qué...?