sábado, 15 de mayo de 2010

Vagabond, de Takehiko Inoue

Contaba Truman Capote en el prólogo de Música para camaleones, a propósito de sus inicios en el difícil camino de las letras, que:

“(...) un día comencé a escribir, sin saber que me había encadenado de por vida a un noble pero implacable amo. Cuando Dios le entrega a uno un don, también le da un látigo; y el látigo es únicamente para autoflagelarse (...)”.

Confesión certera en la que sin embargo Capote parece ignorar el hecho de que para vivir fustigándose el alma a latigazos no es preciso haber nacido con la bendición de un don. También los mediocres, los que carecemos de talento, podemos terminar, y con frecuencia terminamos, subyugados por ese amo implacable al que hace referencia. No hay razón, pues, por la que desdeñar el regalo de la providencia que supone el don, que en cualquier caso no deja de ser una más entre las múltiples herramientas de las que se vale el verdadero tirano para esclavizarnos. O dicho de manera distinta, y tal vez más clara, que el tirano es otro. En concreto yo lo identificaría con aquella disposición del ánimo que los clásicos han denominado siempre como Carácter, Temple, o, con inspiración dramática, Destino, y que, en palabra más moderna y menos grave, designaré simplemente como Vocación. He ahí las auténticas cadenas. Y he ahí también, me parece a mí, el tema central de Vagabond, el inabarcable e inconcluso manga de Takehiko Inoue -nada menos que 32 volúmenes y contando- basado en la novela de Eiji Yoshikawa sobre la vida del legendario samurái Miyamoto Musashi (toma inventario de nombres japoneses).

Nos hallamos ante un tebeo de corte histórico que levanta acta con singular realismo de uno de los periodos más convulsos y decisivos de la Historia del Japón. No por casualidad Vagabond arranca coincidiendo con el final de la batalla de Sekigahara, momento que marca el inicio del shogunato Tokuwaga y por tanto, como todo el mundo sabe, sobre todo si ha consultado en Google, de la era Edo. Un tiempo, el mismo que detallaran también Kazuo Koike y Goseki Kojima en El lobo solitario y su cachorro, en el que los rōnin deambulaban a sus anchas recorriendo los caminos polvorientos del país del sol naciente en busca de duelos que les permitieran ganar reconocimiento y fama. Por supuesto el llamado de estos hombres tiene escasa similitud con el afeminado ejercicio de las letras –o quizás no, que Musashi es autor de El libro de los cinco anillos-; hablamos de gente violenta que viven y mueren por la espada, que ponen en liza su integridad física cada vez que demuestran su talento. Y con todo, pese a la disparidad de vocaciones, su situación apenas difiere de la que describe Capote. Porque los Musashi, Kojiro, Ittosai, Denshichirō, Kōhei o incluso el mediocre Matahachi, paradigma del alma sin talento, responden punto por punto a la descripción del reo azotado por el látigo de la obsesión de la que nos da cuenta el escritor.


Cada uno de ellos descubre en el dominio de las técnicas de combate una aspiración capaz de llenar todos los ámbitos de sus respectivas existencias, de darles un sentido, de justificar su paso por el mundo. Lo comprobamos constantemente en cada combate, donde los mandoblazos, los tajos y los destripamientos se ven salpicados siempre de abundantes reflexiones; donde las revelaciones y los descubrimientos profundos que cambian a cada paso la visión del mundo que los personajes tienen se suceden sin descanso. La ambición de estos guerreros no es, como pudiera parecer, la de desmembrar y degollar a cuanto rival se les ponga por delante, sino la de alcanzar la inefable verdad de su arte, recorrer todo el camino y encontrar al final del mismo la esencia de aquello por lo que han vivido y se han sacrificado. Aun cuando esta búsqueda les pueda llevar a descubrir la inutilidad de sus mismas existencias. Un tema de ribetes místicos y espirituales abundantísimo en la literatura de Oriente, pero que sigue siendo revolucionario trasplantado al orbe de Occidente, donde el crecimiento personal sólo puede entenderse en términos monetarios. Cosa que jamás sucedería, claro está, en caso de abolir el dinero. Pero esa ya es otra historia. U otro blog.


Por su parte, cabe resaltar en Vagabond el trabajo casi fotográfico de Inoue en los lápices, un dibujo de tal perfección que se hace en ocasiones hasta abrumador, no sólo por el detallismo enfermizo de sus paisajes y escenarios, sino también por el de los encuadres, las expresiones corporales y los rostros. A lo que hay que añadir, por si no fuera suficiente, unas composiciones de página y una secuencialidad que ponen de manifiesto esa realidad tan difícil de negar: que en determinados aspectos, el manga va unos cuantos pasos por delante del resto del mundo. Eso sí, el que se decida a iniciar su lectura que lo haga pertrechado de paciencia, porque las páginas se cuentan por miles. Y todavía no hemos llegado ni al ansiado enfrentamiento entre Mushasi y Kojiro.

En definitiva, una obra tan recomendable como agotadora.

Puntuación: 8


5 comentarios:

  1. amigo...muy buen articulo..pero creo que almenos le daria 9 por no poner 10 en puntuacion es una obra cumbre del manga y quien sabe si del arte!!!

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  2. Sí que es buena la obra. Aunque confieso que a mí me abruma tantas páginas y tanto detallismo. Una obra más compacta y sintética me hubiera agradado más. Pero un 8 también es una gran nota...

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  3. Es increíble como Inoue, con tal calidad de dibujo en trabajos anteriores como -el más conocido- Slam Dunk, puede dar aún esos gigantescos pasos en superarse y reinventarse en su trabajo. Me parece grandioso y sorprendente porque sé que, cada vez que lea algún comic de su autoría, será mejor que el anterior.
    Lejos, Vagavond es mi comic favorito y ya ni siquiera está en el extricto, limitado y exclusivo género manga, sino que va mucho más allá de las barreras territoriales.
    Para mi, simplemente es una obra de arte.

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  4. Vaya con el crítico de cómics. Y encima puntúa.
    Bah! Pecadillos de juventud.

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  5. Si, yo era entonces demasiado joven e ingenuo. Si me hubiera pillado sabiendo lo que sé ahora no le habría dado más de un 7.

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