sábado, 25 de julio de 2009

El milagro de Miracleman




Se me saltan las lágrimas de felicidad.
¿Y el resto qué...?

Christiane F. (Yo Cristina)



Seamos sinceros, la mayoría de las películas que tratan del mundo de las drogas dan más ganas de hacerse drogadicto que de lo contrario. Resultan tan románticos esos héroes malditos al estilo de los de Drugstore Cowboy, recorriendo EE.UU. de costa a costa y de farmacia en farmacia, o parecen pasárselo tan bien y ser tan buenos coleguillas aquellos otros de Trainspotting, siempre con una sonrisa en la cara y un chute en las venas o es tan conmovedor ese amor entre jeringuillas e infidelidades de Al Pacino y Kitty Winn en Pánico en Needle Park que a cualquiera le entran ganas de salir en busca del camello más cercano y empezar a darle un sentido profundo a su vida. Salvo en el caso, claro, de que se haya visto Christiane F. (Yo Cristina): entonces seguramente se huirá de camellos y dromedarios como alma que lleva el diablo. Y es que cuando hablamos de Christiane F. nos estamos refiriendo al fílm más naturalista y más estremecedor que se haya rodado jamás con el tema de las adicciones como motivo principal. O al menos que yo haya visto nunca, y os aseguro que he visto unos cuantos.

Con guión de Herman Weigel basado en la novela-reportaje de los periodistas Kai Hermann y Horst Hieck, que relata en primera persona las vivencias reales de la muy precoz Christiane F., la dirección de Uli Edel logra cautivar al espectador esencialmente por el tono hiperrealista y creíble que imprime a su narración. Y eso que lo que cuenta no es precisamente fácil de asimilar: nada menos que los azares y los rigores de la vida de una niña que a los trece años era ya consumidora habitual de casi cualquier tipo de sustancias y que a los catorce cayó en la dependencia a la heroína y después en la prostitución. Pero ojo, que nadie se lleve a engaño: a pesar de huir de efectismos, la película no ahorra al espectador ni un ápice del horror y las truculencias típicas del ambiente marginal. Así por la pantalla hacen cola la degradación moral de los niños prostituyendose en la estación del zoo, los terribles padecimientos del síndrome de abstinencia, la desesperación por encontrar el próximo chute o la inevitable muerte por sobredosis. Y sin embargo la evolución de esta degradación, de este descenso a los infiernos que se inicia cuando Christiane acude por primera vez a Sound -y por cierto se pide, muy recatada ella, un zumo de cerezas- y desemboca en el ejercicio de la prostitución se muestra de una forma tan hábil, tan medida y tan coherente que llega a parecer el itinerario vital más natural del mundo. Algo en lo que también tienen gran responsabilidad las actuaciones de los niños, pero en especial la jovencísima Natja Brunckhorst, que logra parecer una autentica yonki de toda la vida. Y es que otra gran virtud de Christiane F. es el acertado retrato que hace de la juventud de los setenta, de esa juventud que sufrió en carne viva el azote de la H, como la llamán ellos en el film, que hizo furor durante la época y que seguiría haciendolo nada menos que hasta inicios de los noventa, cuando definitivamente se vió sustituida por la cocaína.

En fin, una película verdaderamente impactante que bien merecería una edición en castellano. Mientras tanto, busquen película y subtítulos por separado; no se arrepentirán.



¿Y el resto qué...?

viernes, 24 de julio de 2009

Profesional del póker

Bueno, lo que se dice profesional, profesional... Aun no me gano la vida a base de faroles, escaleras y fulls, pero ya puedo decir que he ganado dinero jugando al póker. Hasta hace tres días jugaba en PokerStar por fichas. Pero los chicos de PokerStar, muy cucos ellos, me han regalado dos dolares (2$) para que me enganche a jugar con dinero real. Por supuesto no pienso jugar más que esos dos dolares (1,41 €) y en cuanto los pierda volveré a las fichas. El caso es que de momento, jugando microlímites de 0,02 y 0,04 $ tengo ya acumulados 6,62 $. No está nada mal, en tres días y jugando muy poco he conseguido triplicar mi cash. Si sigo a este ritmo, tal vez para 2010 pueda subir a 0,05 y 0,10. Vamos, ya mismo le estoy haciendo la competencia a Raul Mestre y compañía...

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lunes, 20 de julio de 2009

Para el niño y la niña...

¡¡¡Niños de América, niños de todo el mundo, haced caso a vuestros héroes de la televisión: los Picapiedra fuman Winston!!!



¡¡¡Y no se preocupe, señora, por los pulmones de sus hijos: para la irritación y la tos, Jarabe Bayer de Heroína !!!



(Vistos en Fogonazos y Fogonazos)
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domingo, 19 de julio de 2009

Watchmen: La versión extendida

Circula por Internet una versión extendida, original y con subtítulos, de Watchmen de la que no tengo ni idea si trata de la versión extendida definitiva que se pondrá a la venta pronto, o si sólo es una versión provisional; de lo que no me cabe duda es que en cualquier caso estamos ante una experiencia muy atractiva: en total 17 minutos nuevos esparcidos a lo largo y ancho de su metraje. Ya dije en mi reseña de la versión estrenada que uno de los grandes problemas de la adaptación era su ritmo cinematográfico fallido: a pesar de su generosa duración, la exposición de la trama me parece excesivamente atropellada, saltando con demasiada prisa de una escena a otra sin que el relato se detenga y privilegie ningún aspecto concreto. Pues bien, no se puede negar que la inclusión de más metraje ha jugado notablemente en favor de la cadencia y el compás del film. Incluso con añadidos mínimos, uno tiene la sensación de que ahora las imágenes casan mejor, que se articulan de forma más natural y que todo resulta menos forzado. Un ejemplo sencillo pero muy ilustrativo de la eficacia de los añadidos: en la escena en la que Dan regresa de su primera visita a Hollis para encontrarse con Rorschach comiendo judias, se han añadido un par de planos breves que lo acompañan en su camino de vuelta. Mientras oímos de fondo la melancólica música, un plano picado descendente recorre un cartel publicitario del perfume de Veidt. El mero hecho de que la escena dure un poco más, de que podamos escuchar más tiempo la música y la propia sugerencia del anuncio facilitan la identificación con los sentimientos del personaje. Como ya he dicho, no es más que una muestra extremadamente sencilla, pero insisto, creo que muy eficaz de cómo benefician los insertos al ritmo de la película. Eso sin hablar de la bella secuencia de la muerte de Hollis Mason, sin duda lo más destacado y lo más hermoso de la nueva versión. Y sin embargo, pese a todo, los minutos adicionales no consiguen arreglar por completo la aburrida parte final del film, esa que va desde que Laurie y Dan se vuelven a enfundar de cuero, hasta que Adrian recibe gustoso, en expiación de sus pecados, la paliza que le propina el propio Dan, que sigue pareciéndome cine infantiloide de superhéroes convencionales. Yo aquí tenía depositadas mis esperanzas en la inclusión de algunas escenas mostrando la forma en que la tensión de un inminente conflicto nuclear afecta a los personajes normales de la calle; el chaval y el quiosquero, el dr. Malcom y su esposa, las lesbianas.... Habría supuesto un contrapunto interesante para tanta patada y tanto puñetazo. Después de todo, esto mismo es lo que hace Moore en el tebeo para que no se le vaya de las manos la parte más superheroica, y por tanto la parte menos creíble de la historia.

Resumiendo, que sí, que la versión extendida, o esta versión extendida, mejora la versión estrenada, aunque uno aun se la puede imaginar mucho mejor. Ahora que si soy sincero, lo que de verdad me ha sorprendido gratamente no ha sido la nueva extensión, sino la versión original. Añadidos aparte, gana muchísimo Watchmen -como casi todas las películas- con sus interpretaciones verdaderas.
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martes, 14 de julio de 2009

De animales y otros males: Actualización


Seguramente era inevitable, cuestión de tiempo, nada más. Y con todo, y a pesar de mi falta de sensibilidad, me ha dado pena. Hoy me he encontrado, en el mismo tramo de carretera, aunque no a la misma altura, una cigüeña espachurrada. Estaba al principio de la recta y se ve que el conductor de turno se la ha encontrado de sopetón al salir de la curva y no ha podido esquivarla. Ya lo dije en la otra entrada, no entiendo a los animales, no sé porqué hacen lo que hacen...


¿Y el resto qué...?

Días de cine: Diez actrices (Romy Schneider)

Con tanta crisis existencial me he dejado en el tintero dos series a la mitad: la de los diez mejores actores y las diez mejores actrices de la Historia del cine, siempre según Días de cine. Voy a aprovechar esta pequeña tregua para terminarlas, no vaya a ser que me pille pronto otra crisis y no le ponga fin jamás.

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lunes, 13 de julio de 2009

Frases memorables


"Ojalá Inglaterra, en algún momento de peligro de su democracia tenga a su frente a un hombre tan valeroso como Adolf Hitler"

Winston Churchill (1937/8)



Ya será memorable la frase que parece que nadie más la recuerda. Yo la conozco por el programa Filosofía aquí y ahora, pero he intentado encontrar otras referencias a la misma y no hay manera de saber exactamente en qué momento y en qué circunstancias dejó Winston semejante perla. Y que conste que no me anima la intención de reivindicar en esta entrada la figura del Führer; si acaso la de esparcir un poco de mierda en la del gran hombre.
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viernes, 10 de julio de 2009

¡¡¡Filosofía aquí y ahora 2!!!

Qué gozada, ya está disponible la 2ª temporada de las magistrales lecciones de José Pablo Feinmann. Como muestra, y ya que estoy enredado en estos días con una biografía suya, colgaré el encuentro dedicado a Foucault. Buen provecho.








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jueves, 9 de julio de 2009

De animales y otros males


Uno de los secretos más inconfesables que guardo bajo siete llaves y que más ha escandalizado a aquellos pocos con los que he tenido la deferencia, o la imprudencia, de compartirlo es , tomen asiento por si les falla el equilibrio, mi profundo odio hacia los animales. No los soporto. No me inspiran ni el más ínfimo sentimiento de ternura. En este sentido me declaro completamente cartesiano, racionalista y materialista. Soy incapaz de ver en un animal otra cosa que una máquina orgánica carente de cualquier atisbo de razón o de emoción. Pero incluso esto no es más que una excusa para no admitir la verdad: los animales me dan miedo, me parecen monstruosidades de conductas imprevisibles con los que no se puede razonar. Más aun, me confieso totalmente incapaz de comunicarme con ellos. Si un perro me dice guau guau, saca la lengua y me mira expectante, no tengo ni la más remota idea de que es lo que me quiere decir, qué trata de hacerme entender, qué es lo que espera de mí. Y si armado de paciencia le pido que se explique mejor, el vuelve a su guau guau y yo por más que me devane los sesos no entiendo nada. Además a poco que se piense repudiar a los animales es lo más natural del mundo. Por ejemplo, si pensamos que un ser humano, con su perfecta conducta humana, con su capacidad de hablar y de razonar intactas pudiera nacer con una forma no humana, como la de, por decir algo, un hipopótamo, a todos nos parecería una aberración. Incluso si un ser humano, con su forma perfectamente humana, hablara, pensara y se comportara como lo hace un animal, no nos parecería menos monstruoso. Y sin embargo podemos contemplar a seres de formas no humanas comportándose de maneras insolitas, extrañas e irracionales, y a todos -o a casi todos, que a mí no- nos parecen normales.


Todas estas disquisiciones intempestivas vienen a cuento del pequeño percance que he sufrido hoy de vuelta del curro, en la carretera que une La Zarza con Mérida. Ha sido a la entrada de una larga recta en la que los escasos vehículos que la suelen transitar alcanzan velocidades de 120 Km/H o superiores (yo suelo ir en ese tramo a 120 y más de una vez me han adelantado). Nada más salir de la curva que la precede me he dado cuenta que había algo extraño a mitad de la recta, pero por más que he intentado poner en claro qué es lo que estaba viendo no tenía ni idea. Demasiado pequeño para tratarse de algún vehículo parado, tampoco tenía pinta de ser un objeto caído sobre el pavimento. Por un momento incluso he dudado de que realmente estuviera viendo algo. Tanto que hasta que no he estado a pocos metros no he comprendido lo que tenía delante: ¡¡¡una cigüeña parada en medio de la carretera!!! Pues sí, ahí estaba la tía, apoyada sobre una pata con toda su majestuosidad y toda su tranquilidad. Estaba de espaldas al coche y sin querer darse en ningún momento por enterada. De hecho no me ha quedado más remedio que detenerme y tocarle el claxon. Y ni aun así: hasta después de un instante no se ha dignado a girar la cabeza y dedicarme una mirada que yo juraría ha sido de desprecio. Si no fuera porque de inmediato ha alzado el vuelo, os prometo que hubiera pisado el acelerador y la hubiera espachurrado allí mismo. Bueno, y porque es una especie protegida y me podría caer una multa bien graciosa. El caso es que eso de plantarse en medio de un tramo de circulación rápida, de espalda a los vehículos y como si la cosa no fuera con ella no se le ocurre ni al más estúpido de los humanos. Ah, pero como los animales están en otro mundo... Y eso que se supone que estos bichos son todo instinto y que el afán de supervivencia les evita estas conductas. En fin, ver para creer.
¿Y el resto qué...?

miércoles, 8 de julio de 2009

4´33´´

Música clásica para variar. Y nada menos que la genial pieza de John Cage en la maravillosa interpretación de David Tudor. Caviar para los oídos...


¿Y el resto qué...?

lunes, 6 de julio de 2009

Mucho mucho cuento... (I)

No es de recibo que en las pocas veces en que he intentado escribir me haya decantado siempre por el relato breve y sin embargo cuando leo opto invariablemente por la novela larga. Una actitud no demasiado coherente y sí bastante injusta con la literatura breve que ya iba reclamando un descargo. Después de todo, dónde mejor para aprender a escribir relatos que de la mano de los grandes maestro del género: los Onetti, Cortazar, Cheever, Carver, Dinesen, Dahl, Hemingway, Chejov, Monterroso y augusta compañía. Y aunque si tengo que ser sincero, no creo haber aprendido gran cosa -soy demasiado torpe- si que estoy persuadido de haber disfrutado como un enano. Hecho que de por si merece sin duda reseña y hasta recomendación. Voy a ello:

El infierno tan temido (Juan Carlos Onetti):


Como todo lo de Onetti, un relato denso, difícil, ambiguo, en el que uno intuye más de lo que acierta a entender. Sin embargo, una relectura atenta -o un par de ellas- revela por debajo de la más evidente trama de venganza, una historia de amor traicionado y de promesas incumplidas donde traidor y traicionado se desdibujan, se confunden y se diluyen en las fronteras que marcan la distancia entre el engaño más vil y el acto de amor más hermoso. Una obra maestra sin paliativos.


El hombre del sur (Roald Dahl):



¿Quién no conoce el episodio de la apuesta del encendedor en la serie Alfred Hitchcock presenta, ese mismo que más tarde parodiaría Tarantino en Four Rooms? Pues he aquí el relato original. Y tan original: si hay un calificativo que haga justicia a Dahl es precisamente ese. Y el de maestro del relato sorprendente y desbordante de imaginación. Y con mucha mala leche. Y con o y con m: obra maestra.


Colinas como elefantes blancos (Ernest Hemingway):


Si la narrativa de Carver me parece despojada, directa, esencial y sin artificios, lo de Hemingway no tiene nombre. Con las descripciones justas, con unos diálogos que no ofrecen ni una palabra de más, Colinas como elefantes blancos, al igual que Los asesinos, es una muestra inigualable de cómo se monta un historia en torno a un hecho central que es silenciado, que nunca se menciona directamente y que sin embargo se hace presente en el relato hasta la asfixia. Hemingway no da la más mínima tregua al lector y sirve un relato compuesto exclusivamente de díalogos verosimiles, elaborados sólo con aquello que los personajes, conocedores de los hilos que mueven la trama, verdaderamente podrían decirse, eliminando sin piedad todo aquello otro que el lector necesita como agua de mayo para comprender lo que sucede, pero que sin embargo jamás será dicho porque quienes tienen que decirlo ya lo conocen. Otra obra maestra.


El marido rural (John Cheever):


Si hay algo que me fascina de determinados escritores norteamericanos es que parecen no tener la necesidad de demostrar que saben escribir. Simplemente escriben la mejor historia que pueden, de la manera más eficiente que conocen y les da tres narices si aquello suena a bien escrito o no. Es cierto que en parte este efecto puede deberse a la traducción, aunque yo más bien apostaría a que se trata de un rasgo de estilo; no importa, se deba a lo que se deba lo cierto es que los relatos funcionan maravillosamente bien tal cual uno los puede leer traducidos al castellano. Este es, por supuesto, el caso de Cheever. Como en Hemingway, aunque no tan acentuado, en Cheever no hay preciosismos, no hay un esfuerzo por enganchar al lector a través del oído; su escritura está cargada de imágenes perturbadoras, de una gran fuerza que se clavan directamente en la consciencia -o tal vez en el inconsciente- pero que jamás cautivan por su belleza o por la agilidad de su ritmo. Leído de buenas a primera, sin preaviso, Cheever puede parece torpe, como si acaso no dominara la sintaxis de la escritura. Ah, pero si se vence esta primera impresión y se traspasa el umbral de los primeros párrafos, pronto se halla uno atrapado en una red fascinante de personajes frustrados, de situaciones de una violencia soterrada, de una hipocresía, de una ambigüedad moral que nunca podrán dejarle indiferente. Los cuentos de Cheever, y en especial El marido rural, son cargas de profundidad dirigidas a la línea de flotación del American Way of Life, de ese ideal americano que devora sin piedad a sus habitantes y los devuelve transformados en carne de psiquiatra. Un relato que cuenta entre sus meritos el haber inspirado el American Beauty de Sam Mendes. Pues sí, lo diré también aquí: otra obra maestra de la narrativa breve.

Y lo voy dejando de momento. No es que haya agotado ya todas las obras maestra que he leído últimamente, pero esta entrada ha sobrepasado ya mis declaradas y excasas pocas ganas de escribir y no está bien abusar de uno mismo. Ya habrá tiempo para retomar el hilo.
¿Y el resto qué...?

Lo dejo, no lo dejo...


Llevo un tiempo planteándome qué debo hacer con el blog. Llevo unos meses en que no me apetece nada dedicarle ni medio instante, no me seduce el sentarme frente al portátil y decidir qué tebeos o que películas merecerían ser reseñadas. O peor aún, aunque se me ilumine la mente y tenga claro qué entradas merecerían la pena ser escritas, no me apetece ni lo más mínimo ponerme a hacerlo. No quiero dedicarle tiempo y punto. Tanto que incluso he llegado a plantearme la posibilidad de abandonar definitivamente el blog, de dejarlo morir extraviado por los espacios siderales de la blogosfera y tal vez más adelante, cuando retome fuerzas, comenzar uno nuevo, con un nombre y un concepto diferentes, con una personalidad distinta. Sin embargo creo que no lo voy a hacer; creo no es necesario. Pensando pensando me he dado cuenta que mi problema se concentra precisamente en ese qué debo hacer con él. Ahí reside la equivocación . Yo no tengo que hacer nada con él; lo único que cuenta es qué quiero hacer de él. Cuando uno entra en cierta dinámica, a veces no es difícil olvidar por qué y para qué empezó a escribir el blog. No es difícil olvidar que por encima de cualquier otra consideración, un blog, o al menos mi blog, es un acto puramente onanístico, egoísta, lúdico, que sólo tiene sentido como forma de disfrute personal, sin consideración a nada ni a nadie. Si uno empieza a pensar en la regularidad de las actualizaciones, en los temas que puedan gustar, en quién me lee o quién me deja de leer, no hay acto masturbatorio que llegue a buen puerto y se acaba todo atisbo de diversión. Insisto, no debo hacer nada con el blog. Lo único que importa, que me importa, es lo que me apetece hacer de él en cada momento. No necesito abandonarlo para tomarme un descanso; no necesito crear uno nuevo para reinventarme: puedo hacerlo aquí mismo si quiero. Simplemente porque me da la gana. Y al que no le guste, que se busque otro blog. Si no lo ha hecho ya.
¿Y el resto qué...?