domingo, 9 de diciembre de 2007

Una vez maté un alce (Monólogo de Woody Allen)

¿Cómo no abusar de los video cuando se encuentra uno con joyas como ésta? ¿Cómo no sustituir la palabra escrita por la interpretación de este genio del humor? Simplemente no se puede. Ni yo quiero. Así que, una vez más, cedo mi palabra a un nuevo video extraído del tubo.

¿Y el resto qué...?

jueves, 6 de diciembre de 2007

Niñatos, de Rick Veitch: Superhéroes para todos los públicos.

¡¡¡Qué grande es Rick Veitch!!! ¡¡¡ Y qué grande su trilogía del superhéroe!!! Seguramente ninguno de los volúmenes que la componen sean auténticas obras maestras del género –excepción hecha, tal vez, del excelente El maximortal-, pero valoradas en su conjunto forman sin duda una de las sagas más sugerentes y estimulantes del mundo de los empijamados, con un nivel medio tan digno que otro gallo le cantaría al género si produjera más obras de esta calaña. Porque meditaciones profundísimas aparte, Veitch ofrece con ella toda una lección magistral de cómo el entretenimiento más puro no tiene porque sustentarse en el completo descerebramiento, en la renuncia absoluta a la posibilidad de ofrecer al tiempo una visión un poco más compleja, elaborada y crítica de lo que se cuenta, enriqueciendo de paso el resultado final. Es decir, y siempre en mi muy dudosa opinión, el gran mérito de Veitch aquí es haber conseguido sintetizar las pretensiones y deseos de gafapastas y pijameros, demostrando de paso que la perenne guerra civil entre aficionados al cómic, el cruel fraticidio que nos desangra, es enteramente innecesario y superable. Así quien se acerque a Niñatos –y ya por centrarme en la parte de la trilogía que se supone objeto de mi reseña- podrá deleitarse, si así lo desea, con las habilidades y proezas típicas de los supers en su épica cruzada contra todas las manifestaciones del mal, ya sea en forma de delincuentes comunes, padres porretas o villanos de pésimo gusto en el vestir. A quienes les vaya más la desmitificación y el esparcir un poco de mierda sobre las ideas puras, inmanentes y trascendentes, encontrarán motivos de disfrute en sus no menos épicos abusos de autoridad, drogas y sexo, que los convierten en verdaderos pozos sin fondos de vicios e indignidades. Por su parte, los más materialistas, los que gustan del análisis del contexto en el que se enmarca la obra, de la época en la que se sitúa y las condiciones de producción que la hicieron posible, esos disfrutarán sin cuento del retrato de las miserias por las que transitaba en los 80 la industria comiquera americana, capaz de todo por incrementar la ventas, o del envilecimiento de los lectores, ansiosos por encontrar nuevos estímulos en las páginas de sus héroes de toda la vida. Y ya por último, los gafapastosos, como se mua, hallarán también motivos suficientes para sesudísimas reflexiones en torno a la naturaleza del poder, a su innata capacidad para corromperlo todo; de cómo mata hasta las más nobles e inocentes ilusiones. En fin, que Niñatos, como la trilogía al completo, es disfrute para cualquiera; superhéroes para todos los públicos.

Puntuación :7


¿Y el resto qué...?

lunes, 3 de diciembre de 2007

Cosas que hacer cuando se visita la Rusia comunista: Tintín en el país de los Soviet

Hoy toca volver a mis muy abandonadas reseñas comiqueras y que mejor que hacerlo de la mano de una de esas rarezas a las que uno se acerca embaucado más por su incuestionable valor histórico que por los propios méritos artísticos que espera encontrar. Y es que nos hallamos ante la que a la postre resulta ser la primera aventura de uno de los iconos más universales del noveno arte; de su reportero –con permiso de Clark Kent- por excelencia; con el chico del tupe ingrávido y su inseparable perrito: con Tintín y Milú. Sin embargo no estaría bien afirmar que las gracias y rarezas de En el país de los Soviet descansan únicamente en su carácter fundador del mito; por el contrario encuentran nuevos alicientes en todas las circunstancias editoriales que rodearon y rodean al álbum: la primera aparición de Tintín no fue concebida como tal, es decir como un álbum cerrado, sino que nació a partir de 1929 como aventura seriada en las páginas de Le Petit Vingtième, el suplemento infantil-juvenil del periódico últraconservador y ultracatólico Le Vingtième Siècle. A resultas de su origen excepcional la historia cuenta nada menos que con cerca de ciento cuarenta páginas, es decir más del doble de las que tendrían a partir de entonces todos sus álbumes, siempre de sesenta y dos páginas. Pero sobre todo es una rareza porque el tebeo, olvidado sistemáticamente en las reediciones de la saga tintinesca, resulta prácticamente inencontrable, hecho que lo envuelve en un alo muy seductor.
Dicho lo cual, cabría preguntarse sí además de sus atractivos externos posee algún que otro interés intrínseco que pueda justificar su lectura. A lo que yo respondería, en mi habitual tono ambiguo e indeciso -que tanto parece molestar a algunos-, que sí pero que no. Y es que para mí resultaba muy atractivo conocer de primera mano la visión que de lo que venía sucediendo en La Unión Soviética podía ofrecer el Hergé reaccionario de aquella época. Por supuesto que esperaba un libelo furibundo contra la nación comunista, en donde no cupieran medias tintas ni atisbo de justificación. Lo cual, a la luz de lo que después nos descubriría la Historia, no dejaba de tener su morbo por lo que supone comprobar hasta donde el fanatismo derechista de Hergé le podía haber llevado a acertar en su diagnostico malintencionado del país de los Soviet.
He aquí el sí. Desgraciadamente –y este es el no- el interés se desvanece pronto cuando se comprueba que la denuncia de las atrocidades rojas se hace soluble en apenas cuatro tópicos mal resueltos y en su carácter de mera aventura infantil. Hergé muestra la tiranía, la crueldad y la falta de libertad y de miramientos con la que el pueblo ruso fue tratado, pero lo hace de una manera tan burda e ingenua que carece por completo de la legítima condición de denuncia: las fabricas de cartón-piedra para impresionar a los observadores internacionales o las votaciones políticas con los propios candidatos amenazando al electorado pistola en mano, resultan excesivamente irreales como para ser convincentes, aun cuando la situación real tuviera tintes similares. Pero es que además Tintín en el país de los Soviet es fundamentalmente y sobre todo una narración aventuresca sin más pretensión que la de entretener a los infantes. La mayoría de sus primeras peripecias son simples persecuciones, explosiones y peleas que no admitirían ni la más mínima lectura política de no ser por la identidad de los malos. Así el álbum resulta ser una sucesión de gags ingenuos y poco elaborados en la que Tintín demuestra lo listo que es él y lo torpe, supersticiosos y sinvergüenzas que los rojos son. Unos gags que en algunos casos Hergé repetiría prácticamente idénticos en Tintín en el Congo, sustituyendo apenas la nieve rusa por el calor de la sabana y los estúpidos bolcheviques por los negritos del colacao. Además la pericia gráfica y narrativa del belga se nos muestra aquí verdaderamente bajo mínimos, con un Tintín que no parece Tintín hasta las páginas finales –curioso como se va definiendo visualmente el personaje a lo largo de la historia-, con unos fondos desnudos que en nada anticipan el gusto por lo realista y el cuidado de los detalles que la serie adoptaría en el futuro. Eso sí, aunque, como ya digo, la narrativa esta muy lejos de la pericia que después alcanzaría Hergé, lo cierto es que el ritmo es ágil y rápido y no aburre jamás.














Resumiendo, historia viva del cómic plagada de rarezas y curiosidades. Como ver a Tintín redactando su única crónica en toda su carrera periodística.

Puntuación: 6



¿Y el resto qué...?