martes, 30 de octubre de 2007

Cristián Warnken mano a mano con Bernard Pivot: pasión lectora

No me quiero poner en plan apocalíptico -ni integrado tampoco-, pero la verdad es que es una auténtica pena que en la televisión de hoy, tan a la altura de su tiempo, sea tan difícil encontrar programas como el mítico Apostrophes francés o este La belleza de pensar -ahora Una nueva belleza- chileno, programas que desprenden y contagian un maravilloso amor por la palabra, la reflexión, el sentimiento o la belleza. Términos estos malditos en el estercolero en el que se ha convertido la caja tonta, tontisima, donde ya sólo cabe la zafiedad, el berrido elevado a la categoría de única forma admisible de comunicación y la total ausencia de sentido crítico y estético. Y ojo, que no digo que me parezca mal que se hagan este tipo de programas estupidos y estupidizantes -allá cada cual con sus propias formas de autodestrucción-; sólo lamento que ya no encuentren su espacio otro tipo de sensibilidades.

Como la que demuestran, sin ir más lejos, estos dos colosos de la comunicación en una charla de una hora que es una verdadera orgía para cualquier amante de la literatura.
Pues nada, que sobran mis palabras -o más bien me faltan últimamente-: a disfrutar.











¿Y el resto qué...?

lunes, 29 de octubre de 2007

Mundo Chorra: blog nuevo en la oficina

Después de muchos años leyendo blogs ajenos -lo dice él mismo en su primera entrada- el amigo Boca se lanza a la arena blogosfera y abre su Mundo Chorra, un espacio que a pesar de lo modesto de su nombre promete ofrecernos una visión muy personal, al tiempo que siempre interesante, de esa sustancia tan psicotropica y alucinada que es la realidad. Lo que incluye -espero, estoy convencido de ello, lo exijo- el submundo, versión superhéroes, del cómic.

Pues nada, bienvenido y larga vida. Estaremos atentos.

¿Y el resto qué...?

jueves, 18 de octubre de 2007

Literatura y cine: Los asesinos, de Hemingway... y Siodmak

¿Mil palabras o sólo una imagen? ¿Mil imagenes o la palabra precisa? Cualquiera sabe. Yo por mi parte prefiero quedarme con las mil y una imagenes y las mil y unas palabras, que después de todo ni son incompatibles ni son excluyentes. Ahí está el cómic para demostrar que pueden incluso llegar a realizar buen maridaje. O la historia del cine, para enseñarnos que los matrimonio bien avenidos son excepción y no regla. Porque si algo queda claro es que boda entre ambos hubo, pero también que la relación siempre fue tensa y difícil. O si no recordemos adaptaciones de clásicos tan complicadas y polémicas como Madame Bovary, Lolita, El ruido y la furia, La Iliada, Moby Dick o ese Quijote hibrido de Cervantes, Welles y Jess Franco. Y es que por más que les emparente las ganas de narrar, sus formas y estrategias no pueden ser más contrapuestas: donde una es toda sujerencia que habrá de ser completada por la imaginación del lector, el otro es total explicitud ya acabada para el espectador. Por supuesto, siempre hablando con brocha gorda, que después hay ejemplo para todos los gusto. Como este, verbigracia, dónde se pone escandalosamente de manifiesto mi teoría: el cuento de Hemingway es el modelo perfecto del decir sin decir, de la sutileza y la concisión. La película de Siodmak, por el contrario, un dechado de locuacidad que muestra todo cuanto el escritor prefirió obviar. Y sin embargo, ambas son obras maestras de sus respectivos medios. Comparemos la parte que comparten.

Los asesinos (Ernest Hemingway )

La puerta del restaurante de Henry se abrió y entraron dos hombres que se sentaron al mostrador.
-¿Qué van a pedir? -les preguntó George.

-No sé -dijo uno de ellos-. ¿Tú qué tienes ganas de comer, Al?

-Qué sé yo -respondió Al-, no sé.

Afuera estaba oscureciendo. Las luces de la calle entraban por la ventana. Los dos hombres leían el menú. Desde el otro extremo del mostrador, Nick Adams, quien había estado conversando con George cuando ellos entraron, los observaba.

-Yo voy a pedir costillitas de cerdo con salsa de manzanas y puré de papas -dijo el primero.

-Todavía no está listo.

-¿Entonces para qué carajo lo pones en la carta?

-Esa es la cena -le explicó George-. Puede pedirse a partir de las seis.

George miró el reloj en la pared de atrás del mostrador.

-Son las cinco.

-El reloj marca las cinco y veinte -dijo el segundo hombre.

-Adelanta veinte minutos.

-Bah, a la mierda con el reloj -exclamó el primero-. ¿Qué tienes para comer?

-Puedo ofrecerles cualquier variedad de sándwiches -dijo George-, jamón con huevos, tocineta con huevos, hígado y tocineta, o un bisté.

-A mí dame suprema de pollo con arvejas y salsa blanca y puré de papas.

-Esa es la cena.

-¿Será posible que todo lo que pidamos sea la cena?

-Puedo ofrecerles jamón con huevos, tocineta con huevos, hígado...

-Jamón con huevos -dijo el que se llamaba Al. Vestía un sombrero hongo y un sobretodo negro abrochado. Su cara era blanca y pequeña, sus labios angostos. Llevaba una bufanda de seda y guantes.

-Dame tocineta con huevos -dijo el otro. Era más o menos de la misma talla que Al. Aunque de cara no se parecían, vestían como gemelos. Ambos llevaban sobretodos demasiado ajustados para ellos. Estaban sentados, inclinados hacia adelante, con los codos sobre el mostrador.

-¿Hay algo para tomar? -preguntó Al.

-Gaseosa de jengibre, cerveza sin alcohol y otras bebidas gaseosas -enumeró George.

-Dije si tienes algo para tomar.

-Sólo lo que nombré.

-Es un pueblo caluroso este, ¿no? -dijo el otro- ¿Cómo se llama?

-Summit.

-¿Alguna vez lo oíste nombrar? -preguntó Al a su amigo.

-No -le contestó éste.

-¿Qué hacen acá a la noche? -preguntó Al.

-Cenan -dijo su amigo-. Vienen acá y cenan de lo lindo.

-Así es -dijo George.

-¿Así que crees que así es? -Al le preguntó a George.

-Seguro.

-Así que eres un chico vivo, ¿no?

-Seguro -respondió George.

-Pues no lo eres -dijo el otro hombrecito-. ¿No es cierto, Al?

-Se quedó mudo -dijo Al. Giró hacia Nick y le preguntó-: ¿Cómo te llamas?

-Adams.

-Otro chico vivo -dijo Al-. ¿No es vivo, Max?

-El pueblo está lleno de chicos vivos -respondió Max.

George puso las dos bandejas, una de jamón con huevos y la otra de tocineta con huevos, sobre el mostrador. También trajo dos platos de papas fritas y cerró la portezuela de la cocina.

-¿Cuál es el suyo? -le preguntó a Al.

-¿No te acuerdas?

-Jamón con huevos.

-Todo un chico vivo -dijo Max. Se acercó y tomó el jamón con huevos. Ambos comían con los guantes puestos. George los observaba.

-¿Qué miras? -dijo Max mirando a George.

-Nada.

-Cómo que nada. Me estabas mirando a mí.

-En una de esas lo hacía en broma, Max -intervino Al.

George se rió.

-Tú no te rías -lo cortó Max-. No tienes nada de qué reírte, ¿entiendes?

-Está bien -dijo George.

-Así que piensas que está bien -Max miró a Al-. Piensa que está bien. Esa sí que está buena.

-Ah, piensa -dijo Al. Siguieron comiendo.

-¿Cómo se llama el chico vivo ése que está en la punta del mostrador? -le preguntó Al a Max.

-Ey, chico vivo -llamó Max a Nick-, anda con tu amigo del otro lado del mostrador.

-¿Por? -preguntó Nick.

-Porque sí.

-Mejor pasa del otro lado, chico vivo -dijo Al. Nick pasó para el otro lado del mostrador.

-¿Qué se proponen? -preguntó George.

-Nada que te importe -respondió Al-. ¿Quién está en la cocina?

-El negro.

-¿El negro? ¿Cómo el negro?

-El negro que cocina.

-Dile que venga.

-¿Qué se proponen?

-Dile que venga.

-¿Dónde se creen que están?

-Sabemos muy bien dónde estamos -dijo el que se llamaba Max-. ¿Parecemos tontos acaso?

-Por lo que dices, parecería que sí -le dijo Al-. ¿Qué tienes que ponerte a discutir con este chico? -y luego a George-: Escucha, dile al negro que venga acá.

-¿Qué le van a hacer?

-Nada. Piensa un poco, chico vivo. ¿Qué le haríamos a un negro?

George abrió la portezuela de la cocina y llamó:

-Sam, ven un minutito.

El negro abrió la puerta de la cocina y salió.

-¿Qué pasa? -preguntó. Los dos hombres lo miraron desde el mostrador.

-Muy bien, negro -dijo Al-. Quédate ahí.

El negro Sam, con el delantal puesto, miró a los hombres sentados al mostrador:

-Sí, señor -dijo. Al bajó de su taburete.

-Voy a la cocina con el negro y el chico vivo -dijo-. Vuelve a la cocina, negro. Tú también, chico vivo.

El hombrecito entró a la cocina después de Nick y Sam, el cocinero. La puerta se cerró detrás de ellos. El que se llamaba Max se sentó al mostrador frente a George. No lo miraba a George sino al espejo que había tras el mostrador. Antes de ser un restaurante, el lugar había sido una taberna.

-Bueno, chico vivo -dijo Max con la vista en el espejo-. ¿Por qué no dices algo?

-¿De qué se trata todo esto?

-Ey, Al -gritó Max-. Acá este chico vivo quiere saber de qué se trata todo esto.

-¿Por qué no le cuentas? -se oyó la voz de Al desde la cocina.

-¿De qué crees que se trata?

-No sé.

-¿Qué piensas?

Mientras hablaba, Max miraba todo el tiempo al espejo.

-No lo diría.

-Ey, Al, acá el chico vivo dice que no diría lo que piensa.

-Está bien, puedo oírte -dijo Al desde la cocina, que con una botella de ketchup mantenía abierta la ventanilla por la que se pasaban los platos-. Escúchame, chico vivo -le dijo a George desde la cocina-, aléjate de la barra. Tú, Max, córrete un poquito a la izquierda -parecía un fotógrafo dando indicaciones para una toma grupal.

-Dime, chico vivo -dijo Max-. ¿Qué piensas que va a pasar?

George no respondió.

-Yo te voy a contar -siguió Max-. Vamos a matar a un sueco. ¿Conoces a un sueco grandote que se llama Ole Andreson?

-Sí.

-Viene a comer todas las noches, ¿no?

-A veces.

-A las seis en punto, ¿no?

-Si viene.

-Ya sabemos, chico vivo -dijo Max-. Hablemos de otra cosa. ¿Vas al cine?

-De vez en cuando.

-Tendrías que ir más seguido. Para alguien tan vivo como tú, está bueno ir al cine.

-¿Por qué van a matar a Ole Andreson? ¿Qué les hizo?

-Nunca tuvo la oportunidad de hacernos algo. Jamás nos vio.

-Y nos va a ver una sola vez -dijo Al desde la cocina.

-¿Entonces por qué lo van a matar? -preguntó George.

-Lo hacemos para un amigo. Es un favor, chico vivo.

-Cállate -dijo Al desde la cocina-. Hablas demasiado.

-Bueno, tengo que divertir al chico vivo, ¿no, chico vivo?

-Hablas demasiado -dijo Al-. El negro y mi chico vivo se divierten solos. Los tengo atados como una pareja de amigas en el convento.

-¿Tengo que suponer que estuviste en un convento?

-Uno nunca sabe.

-En un convento judío. Ahí estuviste tú.

George miró el reloj.

-Si viene alguien, dile que el cocinero salió. Si después de eso se queda, le dices que cocinas tú. ¿Entiendes, chico vivo?

-Sí -dijo George-. ¿Qué nos harán después?

-Depende -respondió Max-. Esa es una de las cosas que uno nunca sabe en el momento.

George miró el reloj. Eran las seis y cuarto. La puerta de la calle se abrió y entró un conductor de tranvías.

-Hola, George -saludó-. ¿Me sirves la cena?

-Sam salió -dijo George-. Volverá en alrededor de una hora y media.

-Mejor voy a la otra cuadra -dijo el chofer. George miró el reloj. Eran las seis y veinte.

-Estuviste bien, chico vivo -le dijo Max-. Eres un verdadero caballero.

-Sabía que le volaría la cabeza -dijo Al desde la cocina.

-No -dijo Max-, no es eso. Lo que pasa es que es simpático. Me gusta el chico vivo.

A las siete menos cinco George habló:

-Ya no viene.

Otras dos personas habían entrado al restaurante. En una oportunidad George fue a la cocina y preparó un sándwich de jamón con huevos "para llevar", como había pedido el cliente. En la cocina vio a Al, con su sombrero hongo hacia atrás, sentado en un taburete junto a la portezuela con el cañón de un arma recortada apoyado en un saliente. Nick y el cocinero estaban amarrados espalda con espalda con sendas toallas en las bocas. George preparó el pedido, lo envolvió en papel manteca, lo puso en una bolsa y lo entregó. El cliente pagó y salió.

-El chico vivo puede hacer de todo -dijo Max-. Cocina y hace de todo. Harías de alguna chica una linda esposa, chico vivo.

-¿Sí? -dijo George- Su amigo, Ole Andreson, no va a venir.

-Le vamos a dar otros diez minutos -repuso Max.

Max miró el espejo y el reloj. Las agujas marcaban las siete en punto, y luego siete y cinco.

-Vamos, Al -dijo Max-. Mejor nos vamos de acá. Ya no viene.

-Mejor esperamos otros cinco minutos -dijo Al desde la cocina.

En ese lapso entró un hombre, y George le explicó que el cocinero estaba enfermo.

-¿Por qué carajo no consigues otro cocinero? -lo increpó el hombre- ¿Acaso no es un restaurante esto? -luego se marchó.

-Vamos, Al -insistió Max.

-¿Qué hacemos con los dos chicos vivos y el negro?

-No va a haber problemas con ellos.

-¿Estás seguro?

-Sí, ya no tenemos nada que hacer acá.

-No me gusta nada -dijo Al-. Es imprudente, tú hablas demasiado.

-Uh, qué te pasa -replicó Max-. Tenemos que entretenernos de alguna manera, ¿no?

-Igual hablas demasiado -insistió Al. Éste salió de la cocina, la recortada le formaba un ligero bulto en la cintura, bajo el sobretodo demasiado ajustado que se arregló con las manos enguantadas.

-Adiós, chico vivo -le dijo a George-. La verdad es que tuviste suerte.

-Cierto -agregó Max-, deberías apostar en las carreras, chico vivo.

Los dos hombres se retiraron. George, a través de la ventana, los vio pasar bajo el farol de la esquina y cruzar la calle. Con sus sobretodos ajustados y esos sombreros hongos parecían dos artistas de variedades. George volvió a la cocina y desató a Nick y al cocinero.

-No quiero que esto vuelva a pasarme -dijo Sam-. No quiero que vuelva a pasarme.

Nick se incorporó. Nunca antes había tenido una toalla en la boca.

-¿Qué carajo...? -dijo pretendiendo seguridad.

-Querían matar a Ole Andreson -les contó George-. Lo iban a matar de un tiro ni bien entrara a comer.

-¿A Ole Andreson?

-Sí, a él.

El cocinero se palpó los ángulos de la boca con los pulgares.

-¿Ya se fueron? -preguntó.

-Sí -respondió George-, ya se fueron.

-No me gusta -dijo el cocinero-. No me gusta para nada.

-Escucha -George se dirigió a Nick-. Tendrías que ir a ver a Ole Andreson.

-Está bien.

-Mejor que no tengas nada que ver con esto -le sugirió Sam, el cocinero-. No te conviene meterte.

-Si no quieres no vayas -dijo George.

-No vas a ganar nada involucrándote en esto -siguió el cocinero-. Mantente al margen.

-Voy a ir a verlo -dijo Nick-. ¿Dónde vive?

El cocinero se alejó.

-Los jóvenes siempre saben qué es lo que quieren hacer -dijo.

-Vive en la pensión Hirsch -George le informó a Nick.

-Voy para allá.

Afuera, las luces de la calle brillaban por entre las ramas de un árbol desnudo de follaje. Nick caminó por el costado de la calzada y a la altura del siguiente poste de luz tomó por una calle lateral. La pensión Hirsch se hallaba a tres casas. Nick subió los escalones y tocó el timbre. Una mujer apareció en la entrada.

-¿Está Ole Andreson?

-¿Quieres verlo?

-Sí, si está.

Nick siguió a la mujer hasta un descanso de la escalera y luego al final de un pasillo. Ella llamó a la puerta.

-¿Quién es?

-Alguien que viene a verlo, señor Andreson -respondió la mujer.

-Soy Nick Adams.

-Pasa.

Nick abrió la puerta e ingresó al cuarto. Ole Andreson yacía en la cama con la ropa puesta. Había sido boxeador peso pesado y la cama le quedaba chica. Estaba acostado con la cabeza sobre dos almohadas. No miró a Nick.

-¿Qué pasa? -preguntó.

-Estaba en el negocio de Henry -comenzó Nick-, cuando dos tipos entraron y nos ataron a mí y al cocinero, y dijeron que iban a matarlo.

Sonó tonto decirlo. Ole Andreson no dijo nada.

-Nos metieron en la cocina -continuó Nick-. Iban a dispararle apenas entrara a cenar.

Ole Andreson miró a la pared y siguió sin decir palabra.

-George creyó que lo mejor era que yo viniera y le contase.

-No hay nada que yo pueda hacer -Ole Andreson dijo finalmente.

-Le voy a decir cómo eran.

-No quiero saber cómo eran -dijo Ole Andreson. Volvió a mirar hacia la pared: -Gracias por venir a avisarme.

-No es nada.

Nick miró al grandote que yacía en la cama.

-¿No quiere que vaya a la policía?

-No -dijo Ole Andreson-. No sería buena idea.

-¿No hay nada que yo pueda hacer?

-No. No hay nada que hacer.

-Tal vez no lo dijeron en serio.

-No. Lo decían en serio.

Ole Andreson volteó hacia la pared.

-Lo que pasa -dijo hablándole a la pared- es que no me decido a salir. Me quedé todo el día acá.

-¿No podría escapar de la ciudad?

-No -dijo Ole Andreson-. Estoy harto de escapar.

Seguía mirando a la pared.

-Ya no hay nada que hacer.

-¿No tiene ninguna manera de solucionarlo?

-No. Me equivoqué -seguía hablando monótonamente-. No hay nada que hacer. Dentro de un rato me voy a decidir a salir.

-Mejor vuelvo adonde George -dijo Nick.

-Chau -dijo Ole Andreson sin mirar hacia Nick-. Gracias por venir.

Nick se retiró. Mientras cerraba la puerta vio a Ole Andreson totalmente vestido, tirado en la cama y mirando a la pared.

-Estuvo todo el día en su cuarto -le dijo la encargada cuando él bajó las escaleras-. No debe sentirse bien. Yo le dije: "Señor Andreson, debería salir a caminar en un día otoñal tan lindo como este", pero no tenía ganas.

-No quiere salir.

-Qué pena que se sienta mal -dijo la mujer-. Es un hombre buenísimo. Fue boxeador, ¿sabías?

-Sí, ya sabía.

-Uno no se daría cuenta salvo por su cara -dijo la mujer. Estaban junto a la puerta principal-. Es tan amable.

-Bueno, buenas noches, señora Hirsch -saludó Nick.

-Yo no soy la señora Hirsch -dijo la mujer-. Ella es la dueña. Yo me encargo del lugar. Yo soy la señora Bell.

-Bueno, buenas noches, señora Bell -dijo Nick.

-Buenas noches -dijo la mujer.

Nick caminó por la vereda a oscuras hasta la luz de la esquina, y luego por la calle hasta el restaurante. George estaba adentro, detrás del mostrador.

-¿Viste a Ole?

-Sí -respondió Nick-. Está en su cuarto y no va a salir.

El cocinero, al oír la voz de Nick, abrió la puerta desde la cocina.

-No pienso escuchar nada -dijo y volvió a cerrar la puerta de la cocina.

-¿Le contaste lo que pasó? -preguntó George.

-Sí. Le conté pero él ya sabe de qué se trata.

-¿Qué va a hacer?

-Nada.

-Lo van a matar.

-Supongo que sí.

-Debe haberse metido en algún lío en Chicago.

-Supongo -dijo Nick.

-Es terrible.

-Horrible -dijo Nick.

Se quedaron callados. George se agachó a buscar un repasador y limpió el mostrador.

-Me pregunto qué habrá hecho -dijo Nick.

-Habrá traicionado a alguien. Por eso los matan.

-Me voy a ir de este pueblo -dijo Nick.

-Sí -dijo George-. Es lo mejor que puedes hacer.

-No soporto pensar que él espera en su cuarto y sabe lo que le pasará. Es realmente horrible.

-Bueno -dijo George-. Mejor deja de pensar en eso.

FIN

Inicio de The killers (aquí, Forajidos) de Robert Siodmak
1ª Parte
2ª Parte
En fin, cuanto menos curioso.
¿Y el resto qué...?

jueves, 11 de octubre de 2007

II Día del lector de La vida en viñetas

Revisando viejas entradas me he dado cuenta que el año pasado por estas fechas nombre al 11 de octubre, vísperas y vísceras de la españolidad toda, como I Día del lector de La vida en viñetas. O sea, que hoy toca celebrar ¡¡¡EL II DÍA DEL LECTOR DE LA VIDA EN VIÑETAS!!! ¿Y eso qué implica, cuáles son los fastos y oropeles impuestos por la tradición? Pues la tradición indica que en tan señalada celebración yo os inste a dejar vuestra opinión sincera y sin cortapisas sobre este humilde blogs y que vosotros, amables lectores, tengáis a bien ignorar con igual sinceridad y sin cortapisas ninguno mi llamamiento.

Que así sea, pues.
¿Y el resto qué...?

Las diez mejores peleas de boxeo...

…de la historia, me tienta escribir, pero reconozco que me faltan tantas peleas estupendas por conocer que no me atrevo a sentar cátedra. Así que seré modesto y lo dejaré en mis diez combates favoritos, las diez mejores peleas de entre todas las que han pasado delante de mis ojillos cansados. Algunas de ellas están en la lista por un KO sensacional, otras por ser una mutua carnicería de inicio a fin, otras por lo que significaron en su momento o por lo emocionante de su desarrollo. Pero todas tienen en común ser, de una forma u otra y a su manera, contiendas muy especiales. Eso sí, por una vez el orden no es azaroso y sí responde a la jerarquía de mis preferencias. Voy con ellas:

1- Foreman-Lyle: Carnicería mutua con hasta 4 caídas a la lona. Pesos pesados pegándose como si fueran plumas.




2- Corrales-Castillo I : Final apoteósico y vibrante que culmina unos últimos asaltos eléctricos.



3- Chávez-Meldrick I: La épica y el suspense hechos boxeo. El final de los finales.



4- Foreman-Frazier I: Palizón sin concesiones. Nada más y nada menos que hasta 5 veces se fue el perdedor al suelo antes de que el arbitro decidiera parar la pelea.



5- Holmes-Norton: 15 asaltos frenéticos con dos boxeadores que lo dieron absolutamente todo por la victoria.



6- Leonard-Duran I: Dos nombres históricos en una sensacional pelea que pasaría a los anales, además de por su calidad, por ser la primera derrota de uno de los más grandes boxeadores de todos los tiempos.



7- Ray Robinson-La Motta VI : El más grande entre los grandes contra su rival por antonomasia. Una pelea que fue dramatizada (muy exageradamente) por Scorsese en Toro salvaje.



8- Alí-Foreman : Uno de esos momentos que hacen del deporte el verdadero refugio de la heroica (y no el campo de batalla, como pretenden politicastros como Bush); una pelea que mereció, entre otros, un libro del Púlitzer Norman Mailer y un documental que se llevó el oscar.



9- Dempsey-Firpo : Otro palizón desproporcionado de uno de esos grandes pegadores que en el boxeo han sido, sólo comparable con Foreman o Tyson.



10- Bowe-Golota II: Otra vez pesos pesados comportándose como lo harían los pesos más ligeros. Lástima de final, que desluce una pelea por lo demás magnífica.




Y me dejo en el imperdonable olvido maravillas del tipo Hagler-Hearns, Leonard-Hagler, Alí-Frazier III o las trilogías entre Morales y Barrera, Gatti y Ward o Bowe y Holyfield. Es que son demasiados años de buen boxeo como para resumirlos en tan poco espacio. En fin, creo que estas diez valdrán de todos modos.
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miércoles, 10 de octubre de 2007

Mi patria única y verdadera (IV): Con las manos en la masa

Qué maravilla, qué joya, qué Sabina y qué Vainica doble. Ay, qué tiempos esos que ya nunca volverán.

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Algo está cambiando

Algo está calando. Muchos hablan y mucho se habla, entusiastas e ilusos siempre, de la progresiva normalización y asimilación del cómic en la cultura oficial. Se aportan, incluso, pruebas que lo demuestran feacientemente y a las claras; páginas culturales de periódicos, entrevistas telepasivas, la mirada académica y grave de la Universidad posándose sobre el medio. Y con eso y con todo y con lo demás, incluso con todo eso y con todo lo demás y con todo todo, para alguien de provincias muy provincias no pasa de ser más que comidilla de blogs interneteros, porque la realidad aquí es que la normalización avienta exigua. Los clásicos, y aun las novedades, sólo se ponen a tiro de ojo a través de las comiquerías digitales y cualquier otra forma de relación con el tebeo que trate de asemejarse y amancebarse con la del libro tradicional es simple quimera, cisne negro que, dicen, haberlo hailo, pero que por aquí no lo ha visto ni el que asó la manteca.

Ah, pero en estas va y resulta que un librero –sólo uno, que no es cuestión de andar abusando- se tira torero al albero tebeil y comienza a traernos algo distinto a los superhéroes de capa y quiosco –aunque poco, que si no es cuestión de andar abusando, menos habrá de serlo de correr exagerando. O, asómbrate Roque, la biblioteca municipal, que ni por lo criminal adquiría fondos de tal pelaje, ya siquiera fuera para la sección infantil, ahora nos regala por lo civil todo un surtido, breve y pipiolo aun, del mejor cómic de adultos para adultos: XIII, The Spirit, Blacksad, o incluso la versión dibujada del informe del 11-S. Y Roque se asombra. Y yo estoy tan eufórico que no puedo más que escribir tonterías y llenar este post de retórica juguetona y mala.

Pues nada, que siga la fiesta, que no todo se lo lleva el viento.

¿Y el resto qué...?