lunes, 29 de enero de 2007

Zeke cuenta historias, de Cosey

Ya sé, ya sé, el título del volumen publicado por Planeta es Saigón-Hanoi, pero es que esa coletilla, ese añadido de seguido de Zeke cuenta historias, que parece no otra cosa que un pegote para hacer bulto, esconde una narración verdaderamente soberbia que empequeñece la historia titular hasta dejarla reducida a la categoría de mera anécdota. Aunque, dicho sea por amor a la verdad, tampoco podía ser de otra manera: si contamos páginas nos salen apenas 43 de la primera frente a las 82 de la segunda. Y no es que pretenda enjuiciarlas al peso, pero ciertamente la distancia entre ambas es lo suficientemente amplia –casi el doble- como para que las posibilidades narrativas de una y otra deban ser por fuerza muy diferentes. Así que, al contrario de lo que han hecho la mayoría de las reseñas que he leído, yo me voy a centrar en Zeke cuenta historias.

Y para ello empezaré dando rienda suelta a mi afán comparativo y aun a riesgo de que me apedreéis diré que la estructura narrativa me ha hecho recordar al Apocalypse Now de Francis Ford Coppola: una búsqueda por exóticos escenarios asiáticos de un personaje del que vamos conociendo su biografía de forma indirecta a través de conversaciones, anécdotas e incluso de su propia voz; un personaje que fascina y seduce no solamente por la manera en que nos es presentado sino también por sus propias características y circunstancias: ese enigmatico Zeke resulta ser todo un pope de la cultura hippie; cantautor y escritor de éxito; amante de la mujer más hermosa de la tierra con la que todos los hombres del continente –norteamericano- soñaron acostarse y por la que se pelearon Jimmi Hendrix y Timothy Leary; una celebridad que hizo surf con los Beach Boys, fumó con Bob Dylan, bebió con las Supreme y los Bee Gees; se codeó con Bukoswki, Kerouac, Crumb o Harold Pinter y que tras desaparecer del mapa durante veinte años se gana la vida en Rangún (Birmania) contando historias. Una biografía fabulosa que dispara las expectativas del lector y que plantea todo un reto para el autor, obligado a conseguir que su personaje, una vez encontrado, esté a la altura de lo imaginado. Y vaya si lo consigue Cosey.

Así nuestro primer contacto visual con Zeke se producirá precisamente durante una de estas sesiones como contador de historias en la que, como si de un Tusitala con diapositivas se tratara, ensayará, apoyandose en las imágenes fijas y en el poder de la palabra, una excéntrica explicación de sus últimos veinte años de vida, los mismos que lleva desaparecido. Un relato que se disfraza de mero entretenimiento para nativos, pero que sin embargo esconde las claves que explican los miedos y anhelos del personaje: su fascinación por las mujeres, la necesidad constante de cambio, la huída a otro mundo, el miedo a la muerte en vida que podría haberle supuesto la aceptación de la paternidad… Y es que Zeke cuenta historias es la narración de un reencuentro con el pasado y los temores más profundos; de la aceptación, en definitiva, de los errores cometidos y de la propia identidad. Pero por encima de cualquier otra consideración el tebeo es un sorprendente y arriesgado experimento narrativo en el que Cosey se sirve de viñetas repetidas y completamente estáticas (vamos, como el Bendis, pero bien hecho) que pese a sus limitaciones poseén la capacidad de cargarse de significados diferentes en función de la historia que se cuente y que de alguna manera acercan al noveno arte a la tradición oral, demostrando así que la fuerza narrativa de las viñetas no reside ni el tamaño –me acuerdo ahora de esas dobles splash pages tan típicas del Miller de Sin City- ni en la espectacularidad del dibujo, sino en el orden y la armonía que guardan con respecto al relato y entre sí. Un recurso que Moore ya uso en Watchmen –ya está, ya tuvo que salir Moore-, aunque de una forma distinta, con otro sentido.

En fin, me reitero en lo dicho, una historia sensacional que justificaría por si sola la adquisición del tomo completo. Lo que no quita que Saigón-Hanoi también se pueda leer.

Puntuación: 9 (y no le doy el 10 por timidez)

¿Y el resto qué...?

jueves, 25 de enero de 2007

Es un pájaro..., de Steven T. Seagle y Teddy Kristiansen

Pues sí, otra vez a vueltas con el mito de Superman. Aunque hay que decir en su descargo que Es un pájaro… no es realmente un cómic sobre el hombre de acero, sino más bien la crónica sincera de una batalla personal, la un ser humano, demasiado humano, enfrentado con sus más profundos temores.

Steven, el humano demasiado humano, guionista y personaje, vive acosado por el recuerdo de su abuela paterna, víctima de la enfermedad de Huntington, y por el miedo a heredar un mal capaz de convertir a una persona en un simple cascarón vacío. Un miedo y unos recuerdos que se le empezarán a desbocar cuando le propongan hacerse cargo de los guiones de Superman, al que Steven asocia íntimamente con la muerte de su abuela, pues se da la casualidad de que mientras ella moría, él, apenas un crío de cinco años, leía una de sus historietas en la sala de espera. Y un miedo que se transformará en pánico coincidiendo con la desaparición de su padre, posiblemente a causa de la misma enfermedad, lo que definitivamente deja su vida patas arriba.

Y con todo, a pesar de las duras circunstancias, o tal vez precisamente por ellas, Steven se verá incapaz de compartir con nadie sus pesares, lo que le irá corroyendo poco a poco desde dentro y resquebrajando sus relaciones personales –su novia lo acaba abandonando temporalmente- y profesionales. Porque además Steven se siente bloqueado ante la obligación de encarar los guiones de un personaje que en nada le resulta agradable y que tan malos recuerdos le trae a la cabeza. En esta tesitura, puesto al borde del precipio y con la urgencia de encontrar ideas viables para su Superman, Steven comenzará un recorrido pormenorizado a traves de los diversos aspecto que identifican al mito del superhéroe por excelencia y que de paso le serviran para ir reconociendo y poniendo en claro sus propios temores. Temas que encuentran reflejo en pequeñas historias dibujadas cada una con un estilo propio -excelente el trabajo de Teddy Kristiansen- y que hablan más, a pesar de las apariencias, del hombre de carne y hueso que del superheroe de la ficción. Y es que finalmente el personaje sólo podrá salir del atolladero cuando encuentre el valor suficiente para encararse con sus fantasmas.

En definitiva, Es un pájaro... es el resultado y la materialización de ese paso adelante, de ese exorcismo personal que permite al personaje regresar indemne de su crisis. Y es al tiempo también el diario de su propia gestación, poniendo de relieve los siempre sugestivos vaivenes del proceso creativo. En fin, una historia, en resumidas cuentas, sincera y alejada de los fastos y relumbrones de la acción, que sin embargo a mí se me hace un poco fría y que me recuerda, no sé por qué –últimamente estoy pletórico con las comparaciones- al Píldoras azules de Peeters.

Puntuación: 8

¿Y el resto qué...?

jueves, 18 de enero de 2007

El Maximortal

A ver, un par de acertijos facilotes: ¿qué sale si mezclamos Watchmen con Predicador y lo pasamos por las manos y la mente de Rick Veitch? Correcto: El Uno.
¿Y si mezclamos Miracleman con El soñador y lo pasamos por las manos y la mente de Rick Veitch? Correcto: El Maximortal.

Y es que como Miracleman, El Maximortal es una revisitación del mito de Superman pero desde la óptica maliciosa de Veitch, que repite paso a paso los orígenes del alienígena más famoso de la tierra, pero con macabras y significativas diferencias: las dificultades de convivencia entre los padres adoptivos y el niño con superpoderes aquí tendrán consecuencias más trágicas que en la familia Kent; las enseñanzas morales no serán del todo inocuas como en el caso del de Smallville y harán perder la cabeza a más de uno; nada de Kriptonita en estos parajes, aquí es la Cacatonita la que manda, compuesta de… bueno, está claro de que está compuesta. Y para colmo su gran rival será el Guano –la mierda.

Una parodia muy divertida con la que Veitch reflexiona sobre la capacidad de los mitos para reencarnarse y vivir en la realidad misma. La conclusión final podría resumirse en “nada escapa a la realidad; ni siquiera la ficción”.

Pero con ser divertida e interesante esta parte, no es ni muchísimo menos lo mejor del cómic, porque Veitch además hace un repaso a la intrahistoria de la creación del personaje, centrando la narración en las disputas y engaños de los que fueron victimas Jerry Spiegal y Joe Schumacher, trasuntos apenas disimulados de Jerry Siegel y Joe Shuster, los padres de Superman, a quienes la industria esclavizo sin miramientos mientras los mantenia alejados de los tremendos beneficios que su personaje produjo, llegando incluso a negarles la paternidad. Un egoísmo que pretendió acaparar por completo el concepto del superhéroe, denunciando a cualquier otro autor que quisiera dar su versión del mismo.

Sirviendose de esta excusa, Veith hace desfilar por sus páginas a los equivalentes de Eisner, de Lou Fine, de Kirby, o incluso un Bill Gaines en pleno trance por la creación del Cómic Code y el hundimiento de EC. Es decir, rinde un merecido homenaje a los hombres que verdaderamente hicieron grande al cómic norteamericano. Un repaso que a mi me recuerda, ya lo he dicho antes, al que hiciera el propio Eisner en El soñador, pero con los dibujos típicos de los superhéroes. Eso sí, con un pulso narrativo sosegado y realista muy alejado de lo que viene siendo norma en estos cómics.

De esta forma consigue firmar unas páginas verdaderamente encomiables que me llevan a preguntarme por qué el mainstream americano no puede realizar historias que se muevan únicamente en estos registros, prescindiendo de la aventura y la maravilla como única coartada. Supongo que la respuesta al uso es que no venderían, pero lo cierto es que con todo, El Maximortal resulta ser, además de mucho más maduro y conscientes que la inmensa mayoría de cómic de superheroes, tan entretenido y vendible como aquellos.
Una obra imprescindible.

Puntuación: 9

¿Y el resto qué...?

El Uno

Años 80; la acción se sitúa en un mundo dramáticamente polarizado entre el bloque capitalista y el bloque comunista; un mundo al borde del Apocalipsis nuclear que ha descubierto el arma definitiva que habrá de convertir en obsoleta a la bomba atómica y cambiará para siempre –y no necesariamente para bien- la historia de la humanidad. Y ese arma es, por supuesto, el superhombre. Contadas así las cosas, ¿a quién no le suena ya el argumento? Y si añadimos a todo esto la exploración de los impulsos sexuales de los superhombres, que por lo general tienen más de lo segundo que de lo primero, es decir, más de hombre que de super, y lo condimentamos y sazonamos con algún artículo periodístico a modo de material complementario, parece que pocas dudas pueden planteársenos sobre la obra a la que me refiero. Pues no, no es Watchmen. Y tampoco una de sus múltiples imitaciones posteriores: esta aventaja en un par de meses en fecha de aparición a la piedra de toque ineludible del género. Porque Rick Veitch llegó antes –claro que Moore llegó “aun más antes” que cualquiera con Miracleman- y con El Uno reclama su puesto de honor entre los padres fundadores de esa variante del cómic de superhéroes que, en un alarde de pedantería, podríamos denominar como Jamesiana, por aquello de andar más preocupada por darle “otra vuelta de tuerca” al concepto que por hacer superhéroes en sí.

Efectivamente, Veitch nos ofrece en El Uno su particular versión de los empijamados, una sátira verdaderamente hilarante que viene a ser una especie de mezcla atenuada entre el estudio del impacto que provocaría la existencia de superhéroes en el mundo real -típico de Moore- y la no menos típica desmitificación –casi humillación- propia de Ennis. Y digo atenuada porque Veitch ni es tan pretencioso como el inglés ni tan burdo como el irlandés. Y sin embargo no faltan ideas en El Uno. Ni mala leche.

Asi para Veitch el superhombre viene a ser la culminación del descerebrado ansia de poder del ser humano y sus incansables esfuerzos por alcanzar la supremacía sobre los otros. Una ceguera que sólo puede conducir a la mutua destrucción porque, al fin, ese poder absoluto, más propio de dioses que de hombres, es forzosamente ingobernable y se vuelve, como un boomerang, contra quienes lo crearon. Pero no todo esta perdido: frente a ese impulso de dominación, propia de las huestes de El Otro –obviamente, El Mal- frente a la ordenación jerarquizada y piramidal de las relaciones humanas, en la que todos luchan contra todos para ascender a la cúspide y en la que cada nivel se sostiene pisándole la cabeza a los niveles inferiores (no estoy haciendo una explicación panfletaria de la lucha de clases de Marx; solo estoy describiendo la montonera de cuerpos sobre la que se desplaza El Otro) Veitch opone la filosofía de El Uno, una visión de clara influencia hippie y anarquista que apuesta por la unidad a través del amor y el respeto. Finalmente esta confrontación entre bien y mal es en verdad irresoluble, pues ambos deben latir necesariamente en el corazón del hombre y tras la contienda a El Uno apenas le resta más opción que reintegrarse con El Otro y esperar al próximo encontronazo. Algo que acepta alegremente, como deja entrever cuando afirma que “la verdad, disfrutamos bastante de nuestro conflicto”. Un discurso, que en vista de las sensibilidades dominantes en la actualidad bien puede parecer completamente desfasado, pero que basta con asomarse a cualquier telediario y enfrentarse a la actualidad para dudar de ello.

Sin embargo, de lo que no cabe duda es de que la parte más floja del cómic es precisamente el final, en el que Veitch expone, torpemente y a la fuerza, todas sus creencias. Y es que por más que uno pueda compartirlas –o no-, por más que las quiera comprender, lo cierto es que al autor le falta la sutileza necesaria como para que están puedan pasar por algo más que un simple comedero de coco.
Una pena, porque esta torpeza priva al cómic de ser verdaderamente redondo.

De todas formas, que nadie se asuste: la fluidez narrativa de Veitch es verdaderamente encomiable; su dibujo luce muchísimo más que en La cosa del pantano y el ritmo te deja pegado a sus páginas. En definitiva, a pesar del rollo que he soltado, un gran tebeo, tremendamente divertido, pero eso sí, que se queda a las puertas de la obra maestra.

Puntuación: 8


¿Y el resto qué...?

miércoles, 17 de enero de 2007

MW: la fascinación del mal

Reconozcámoslo: la fascinación que ejerce sobre nosotros Rajoy y sus correligionarios del PP es de la misma naturaleza que la que siempre ha ejercido el mal sobre el ser humano y que yo sintetizaría en la pregunta: ¿es el mal -y sus representantes- tan perversamente puro en su maldad como aparenta o posee un conocimiento más profundo y verdadero de la realidad que le permite ver algo esencial que a los bienintencionados nos está vedado y que de verlo haría que nosotros también nos pasáramos al lado oscuro de la fuerza? ¿Tiene razón la maldad o es la maldad su única razón? Pues en la dilucidación de esta espinosa cuestión parece embarcarse Tezuka en MW. Y digo parece porque tras sus casi 600 páginas repletitas de todo tipo de truculencias y –permítaseme el exabrupto; hay ocasiones en las que las palabras vulgares son también las más precisas- cabronadas varias, no hay en verdad otra razón de ser que la de tratar de demostrar que el dios del manga puede hacer algo más que obras infantiles y que es capaz también de plantear durísimas denuncias con las que airear sin tapujos los trapos más sucios de la sociedad. Desgraciadamente el intento no cuela porque se le ve demasiado el plumero; en ningún momento Tezuka tiene clara la motivación de su personaje y se dedica a improvisar sobre la marcha una posible respuesta que oscila entre la ausencia de una justificación, es decir, de la maldad por la maldad, y la justificación a través del rencor y la venganza. Sin embargo, como ya he dicho, ni una ni otra propuesta consiguen convencer y provocan la sensación, tan habitual en el mundo del cómic cuando se pretende que alcance la madurez a las bravas y por las malas, que la sucesión de robos, secuestros, asesinatos, violaciones, torturas y manipulaciones varias es completamente gratuita y arbitraria. Y en el fondo, igualmente infantil. Además la obra se ve muy perjudicada por la torpeza de unos diálogos maniqueos que rozan la estupidez , que para nada ayudan a la credibilidad de lo que se cuenta y que además atenúan los puntos fuertes habituales de Tezuka: la narración y el dibujo de personajes parecen más torpes de lo que sin duda son.

En definitiva, un tebeo menor que decidídamente haría las delicias del Dr. Wertham.
Puntuación: 6


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viernes, 12 de enero de 2007

El miedo del portero al penalty, de Peter Handke

Reconozco que hubo una época en la que me hubiera gustado ser capaz de escribir un libro como este, un libro en el que los acontecimientos sucediesen sin razón ni justificación aparente; en el que, pasase lo que pasase, nunca se demostrara el más mínimo interés o sorpresa. Como suele suceder en la vida real. Un libro en el que además la gente hablase sin entenderse jamás, pues en verdad poco o nada habría que entender en todo cuanto dijeran; chácharas y balbuceos al fin y al cabo siempre carente de cualquier significado. Como ocurre con las conversaciones de verdad.
Sin embargo, una cosa es pretender escribir algo así y otra muy distinta es tragársela como lector.
Peter Handke juega en El miedo de portero al penalty a ser Kafka, pero un Kafka radicalizado que no permite al lector ni la más vaga ilusión de un argumento, de un hilo conductor que de cierto sentido a la enumeración de sucesos. El objetivo, que hay que reconocer logrado, es mostrar el escandaloso sin sentido de la vida en toda su crudeza. Y de paso aburrir sin concesiones a quien se aventure a leerlo. Un libro que es la némesis perfecta de El libro negro de Pamuk; mientras aquel ve significados en todas las cosas, este no ve más que vacío y sólo vacío. Por suerte, y es lo que lo hace viable, Peter Handke no abusa de la formula y lo concluye en poco más de 150 páginas. Además, aun cuando no quiera en ningún momento esconder la insustancialidad de los hechos, sabe narrarlos con el suficiente oficio como para atenuar la pesadez del tedio.

En definitiva, un libro de profundas implicaciones existenciales que sin embargo solo es recomendable para valientes –o para temerarios, más bien.


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Birdland, de Beto Hernández

Con esta reseña voy a terminar prontito: cómic –ojo, solo defino, no juzgo- que da exactamente lo que promete –lo único que buscaba yo cuando lo compré-: pornografía pura y dura. Porque es eso y no otra cosa, por más que Beto trate de esbozar una historia y unos personajes, lo que ofrece Birdland. En definitiva, un tebeo que sirve para lo que sirve, pero que como suele suceder con este tipo de productos, tarda poco en aburrir. Casi tan poco como se tarda en leer mi reseña. Aunque aquel de forma más gozosa.

Puntuación: 5


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jueves, 11 de enero de 2007

El libro negro, de Orhan Pamuk

Una vez se dijo de García Márquez –no me pregunten ni dónde ni cuándo; mi memoria ya no es la que era- que la clave de sus novelas era un buen inicio y un buen final. El inicio, claro está, con el fin de enganchar al lector y conseguir que se trague el resto; el final, no menos claro que lo anterior, para que el lector salga de la misma con un buen sabor de boca, hecho que extenderá a la novela al completo. Pues bien, me queda la sensación de que el flamante Premio Nobel 2006, Orhan Pamuk, se aplicó bien el cuento cuando compuso El libro negro: la novela se abre con un planteamiento inicial muy atractivo, en el que un joven abogado, Galip, es abandonado por su adorada esposa Rüya sin más preaviso que una pequeña y ambigua nota de apenas diecinueve palabras; un abandono que coincide además con la misteriosa desaparición del hermanastro de ésta, afamado y polémico columnista con un mundo propio muy particular lleno de claves y secretos en el que se nos introducirá a través de las propias crónicas del personaje. Un planteamiento inicial que le sirve a Pamuk para adoptar la siempre atrayente formula de la investigación detectivesca y lanzarnos, a través de los lugares más recónditos de Estambul, a una búsqueda desesperada que es en verdad más filosófica y existencial que física. Y de la mano de esta premisa, y con el interés ya captado, adentrarnos en esa parte central que, según la crítica más radical, García Márquez no cuida; una parte central en la que Pamuk aburre inmisericórdemente con su indigesta batería de teorías, lecturas, relecturas, interpretaciones, fantasmagorías, ilusiones y espejismos en torno a las dificultades a las que debe enfrentarse Oriente si quiere mantener sus señas de identidad frente a la occidentalización triunfante.

Un tema que no carece de interés por sí mismo, pero que expuesto de la manera en la que lo hace la novela me hizo perder la atención más de lo deseable. Y sin embargo, hete aquí que si aguantas el chaparrón, si aprietas los dientes y sigues adelante, resulta que te encuentras con un final sencillamente soberbio, en el que se atan todos los flecos pendientes, en el que hasta la más enrevesada de las teorías parece recibir una explicación satisfactoria y que consigue, además – y esto me parece especialmente meritorio en un libro tan decididamente intelectual- llegar al corazón y emocionar.

El resultado, como ya preveían las malas lenguas, es que efectivamente la novela entusiasma en su conjunto y deja la sensación de una lectura bien aprovechada. Y de paso confirma que a pesar de sus evidentes connotaciones geopolíticas, los premios Nóbel son siempre –o casi siempre, seamos cautelosos- una apuesta segura.

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martes, 9 de enero de 2007

D.R. y Quinch se lo pasan bomba en la Tierra

¿Se puede contar la historia de la humanidad, desde sus albores hasta su desaparición, en tan solo 6 páginas, al mismo tiempo que se hace una nueva interpretación de la misma y de paso se divierte a los lectores? Pues Alan Moore lo hizo. Y no conforme, y en vista de que aun le sobraba espacio, aprovechó además para presentar a dos nuevos personajes e iniciar otra cabecera en la revista 2000 a.d. Porque todo esto es lo que ofrece la primera historieta de D.R. & Quinch -D.R. y Quinch se lo pasan bomba en la Tierra- una obra que reconozco haber comprado, tras la poco recomendable Skizz, más que nada por afán de completismo y cuya primeras páginas he leido no por otra razón que por confirmar sospechas y quedar exento de la obligación de leer las demás. Sin embargo, en lugar de ello, he quedado tan admirado como obligado a leer el resto. Ya contaré si las demás historias mantienen el nivel. Pero pase lo que pase, vaya por delante mi entusiasta recomendación para esta primera historia, historia que yo quisiera dedicar a todos aquellos que creen que Moore es demasiado cerebral como para manejarse con soltura en el campo del humor.
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viernes, 5 de enero de 2007

Constellation , de Frederik Peeters

En su día hice un listado de cómics cuya lectura me habían resultado francamente decepcionante. Ya dije entonces que no es que me parecieran malos tebeos; se trataba simplemente de que la impresión que me dejaron no estaba a la altura de lo que había esperado. Y es que las expectativas previas puestas en la lectura de una obra marcan mucho, querámoslo o no, su valoración final. Pues bien, este sentido, a diferencia de lo que le sucedió a Píldoras Azules, Constellation se ha beneficiado indudablemente de esta forma de prejuicio: tras la decepción que me supuso aquella, poco o nada esperaba yo de esta. Y no esperando nada... pues eso, que me ha gustado mucho. Ya me lo advirtió alguien en uno de los escasos comentarios que recibo; Peeters es mejor cuando no va de autor.

Constellation es apenas un modesto ejercicio de estilo en el que el autor francés mide fuerzas y ensaya posibilidades sin dejar, por ello, de lograr eso tan difícil y tan necesario que es conseguir captar el interés del lector desde el inicio e, incluso, sorprenderlo con lo singular de su estructura. En este sentido Constellation aparenta ser poco más que una obra de genero centrada en las desventuras de un espía internacional en los albores de la guerra fría. Sin embargo, tras este planteamiento, engañosamente sencillo, se esconde un sugerente análisis que gira en torno a los límites de nuestra capacidad para hacernos una representación fiel de la realidad que nos rodea; de hasta dónde somos capaces de comprender qué es lo que verdaderamente esta sucediendo a nuestro alrededor. Así Peeters juega con la sucesión de los distintos puntos de vista de los personajes para entre todos conformar el puzzle integro de los hechos, siempre distinto a la impresión parcial de cada uno de ellos o a la del lector. La sensación final es la de haber asistido a un sencillo juego de espejos, tal vez no demasiado ambicioso, pero si muy agradecido.

Ya digo, una muy grata sorpresa para el mua. Tanto que hasta puede que acabe dándole una oportunidad al Lupus.


Puntuación: 8



¿Y el resto qué...?

jueves, 4 de enero de 2007

El otro Garth Ennis

Acabo de leer Nightingale de Garth Ennis y David Lloyd, y como siempre que leo algo del guionista irlandes fuera de los límites propios de los superhéroes o de Predicador, me vuelve a invadir la triste sensación de que a nada que este hombre hubiera querido refrenar su exagerada tendencia al humor más macarra e infantil, a nada que se hubiera tomado un poco más en serio a si mismo, podríamos habernos hallado ante el guionista más sólido del mainstream norteamericano de las últimas decadas. Porque a Ennis, por más que a él le cueste reconocerlo, le sienta bien la seriedad: su sensibilidad está lo suficiéntemente alejada de cualquier intelectualismo o pedantería poética que le pueda hacer caer en la ñoñería o en la pseudoerudición en la que a veces caen los ingleses Moore o Gaiman cuando pretenden ofrecer productos de mayor calidad. Al contrario; el irlandes es capaz de alcanzar en sus historias serias ese difícil equilibrio entre la narración sencilla y carente de artificios y la narración que va más allá del simple entretenimiento. Para ello huye siempre de los juegos lingüísticos y metalingüísticos que tanto parecen agradar a los otros y otorga todo el protagonismo de las historias a los hechos y a los personajes. Como ejemplo paradigmático de este buen hacer queda ese excelente retrato de los problemas de convivencia que asolaron a su Irlanda natal que es Hearthland , tierra del corazón, en la que Ennis construye, apoyándose solamente en la sencillez de los dialogos, una historia que vence y convence por su sinceridad y naturalismo. O la estupenda saga de War Stories, donde sabe renunciar, muy acertadamente, al sensacionalismo fácil que ofrecen las atrocidades de la guerra para centrarse, por el contario, en la exploración de lo que llega a ser el hombre cuando se ve abocado a las condiciones más terribles. Planteamientos verdaderamente adultos que nada tienen que ver con la supuesta madurez de la mayoría de las historias de Predicador, donde rara vez se supera el teta culo caca pis, que tan profundo parece resultarle a muchos.

Y sin embargo, desgraciadamente, nos volvieron a dar gato por liebre y nos fuimos a quedar, como cuando preferimos el VHS al Beta, con el peor de los Ennis posible, cerrando, seguramente, muchas opciones a ese otro Ennis que es en verdad el único interesante. Lo de siempre.


¿Y el resto qué...?