sábado, 28 de octubre de 2006

Alfonsina Storni

Como me gustó la experiecia de ee cummings, subo otro poema delicioso sin que necesite esta vez la excusa de una mini. La elegida es esta combativa mujer tan adelantada a su tiempo y qeue es más conocida por la canción Alfonsina y el mar que por su propia obra poetica. Qué injusta puede llegar a ser la vida.


LA CARICIA PERDIDA


Se me va de los dedos la caricia sin causa,
se me va de los dedos... En el viento,
al pasar, la caricia que vaga sin destino ni objeto,
la caricia perdida ¿quién la recogerá?
Pude amar esta noche con piedad infinita,
pude amar al primero que acertara a llegar.
Nadie llega. Están solos los floridos senderos.
La caricia perdida, rodará... rodará...
Si en los ojos te besan esta noche, viajero,
si estremece las ramas un dulce suspirar,
si te oprime los dedos una mano pequeña que te toma y te deja,
que te logra y se va.
Si no ves esa mano, ni esa boca que besa,
si es el aire quien teje la ilusión de besar,
oh, viajero, que tienes como el cielo los ojos,
en el viento fundida, ¿me reconocerás?
Ahí queda eso.


¿Y el resto qué...?

martes, 24 de octubre de 2006

Scoop de Woody Allen

No es ningún secreto, o lo es a voces, que Woody Allen es mi director favorito, del que estoy dispuesto a defender casi cualquier película, por más mala que insista la crítica oficial en considerarla. Por ejemplo, a mi me encantan títulos como Sombras y niebla, Acordes y desacuerdos, La maldición del Escorpión de Jade, Todo lo demás, Septiembre o Melinda y Melinda; películas que jamás entrarán en el canon Alleniano y que sin embargo me parecen pequeñas maravillas, cada una a su manera. De todas formas, no me tengaís por fanático incondicional del director judío; también hay un tipo de film que no le soporto a Allen: aquellos en los que únicamente trata de hacer reír, sacrificando cualquier otro aliciente. Como en sus primeras películas, esos engendros del tipo de Bananas, El dormilón o Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo y nunca se atrevió a preguntar. Lista a la que tendré que unir desde ahora también esta Scoop. Aunque en verdad los defectos de Scoop sean de un tipo muy distinto a los de aquellas primeras películas. En su caso se trata más bien de la molesta sensación a película ya vista que inunda cada fotograma; de temas, tramas, giros, gracias y sorpresas ya gastados. Aunque este es un defecto en el que se viene insistiendo desde hace tiempo, pues recordemos que hablar del agotamiento creativo del cine de Allen se ha convertido ya en un lugar común más frecuentado que el de la muerte de la novela, lo cierto es hasta ahora yo siempre había encontrado algo diferente en cada título, aunque fuera solo en cuestión de matices. Algo que no consigo con Scoop, con la que me declaro completamente incapaz de realizar tal hallazgo. La trama detectivesca guarda demasiados puntos en común con Misterioso asesinato en Manhattan; los personajes y escenarios recuerdan en exceso a los de la reciente Match Point –aunque con el sexo cambiado: ahora la arribista es ella y el rico él- y las referencias a la magia y al más allá parecen servidas directamente desde Sombras y niebla, Alice o La maldición del Escorpión de Jade. Lo que la convierte en la primera película de Woody Allen en mucho tiempo a la cual no estoy dispuesto a defender.Y eso que cuenta con la actuación de la siempre sugestiva y estimulante Scarlett Johanson. Lo único que puedo decir en su favor es que tal a aquellos que no conozcan a fondo la obra del director neoyorquino no les resulte tan previsible y aburrida como a mí y hasta puede que sean capaces de disfrutarla con provecho. Afortunados ellos. Desgraciado de mi.


¿Y el resto qué...?

lunes, 23 de octubre de 2006

Stuck rubber baby

Se preguntaban los filósofos de la época, tras la II Guerra Mundíal, si en un mundo que había vivido los horrores del Holocausto judío podría seguir haciéndose poesía. Parecía una duda razonable. Sin embargo, la realidad, siempre tan pertinaz e imprevisible, acabó por demostrar todo lo contrario; no solo era posible seguir haciendo poesía sino que además se hizo mucha y muy buena precisamente con el motivo del Holocausto como razón de ser. Tanta que William Styron llegó a afirmar en su novela La decisión de Sophie que cualquier obra relacionada con éste estaba irremediablemente condenada al éxito. Lo que resulta muy difícil de negar en vista de lo sucedido con La lista de Schinller, Shoah, La vida es bella, Sin destino o nuestro Maus, y que a mí me lleva a contemplar este tipo de obras siempre con una pátina de desconfianza.

Bien, vale, pero…¿qué tiene todo esto que ver con Stuck Rubber Baby de Howard Cruse? Pues muy sencillo: tengo la impresión de que en el mundo del cómic el equivalente a la fórmula: Holocausto judío = éxito de crítica y público es: Obra realista y/o socialmente comprometida = éxito de crítica y público. Es decir, obras como Stuck Rubber Baby, verbi gracia. Por ello confieso que inicié su lectura con la suspicacia de quien teme que las estupendas críticas recibidas estuvieran fundamentadas en cierta medida en esta misma razón. Sin embargo nada más alejado de la realidad: Stuck Rubber Baby es una de las novelas gráficas más sólidas y bien escritas que yo recuerde haber leído en mucho tiempo –y si mirais mis últimas reseñas podréis comprobar que últimamente he estado leyendo a Moore, Sacco o Sampayo- siendo, además, dentro del mundo del cómic de las pocas que por complejidad y profundidad funcionan verdaderamente como tal en todos los sentidos, es decir, como una auténtica novela. En ella Cruse recrea con minuciosidad la idiosincracia de ese sur profundo norteamericano que en la década de los sesenta, durante la era Kennedy, sufrió los violentos choques entre quienes lucharon en defensa de los derechos civiles y la apertura a la modernidad y aquellos que deseaban perpetuar el estado de las cosas, bien en beneficio propio o bien en nombre de la tradición y la identidad –triste identidad- colectiva de un pueblo. Negros, gays, lesbianas o simplemente mujeres oprimidas se dan cita en las páginas de Stuck Rubber Baby para componer un hermoso canto a la libertad y a la diversidad de estilos de vida. Pero además, Cruse enriquece su novela gráfica contraponiendo a estas luchas colectivas los conflictos internos de un individuo que, más allá de la comprensión del resto de la sociedad, necesita, en primera instancia, lograr aceptarse en su verdadera identidad. Porque al fin y al cabo es precisamente ahí donde reside la clave del, en opinión de Borges, desmedido aprecio de nuestra sociedad por la libertad: sin ella es imposible manifestar y desarrollar la verdadera identidad, sin ella no se puede aspirar a descubrir esa forma de ser que es propia de cada uno, que nace de las vísceras, que es más fuerte que cualquier condicionamiento social o cultural y es condición sine qua non, en definitiva, para lograr la felicidad.

Pues nada, que en mi opinión nos encontramos ante el que seguramente va a ser el mejor cómic publicado en España en este año 2006. Y todo eso a pesar de mis reticencias iniciales.


Puntuación: 10



¿Y el resto qué...?

miércoles, 11 de octubre de 2006

11 de octubre: Día del lector de La vida en viñetas

Hoy, 11 de octubre de 2006, antesala del día de la hispanidad, se celebra el I Día del lector de La vida en viñetas. Así que hoy os toca a vosotros tomar la palabra y dejar vuestras impresiones.
Por supuesto estoy un poco de broma, pues en rigor el día del lector son todos los días, que para eso está la sección de comentarios. Pero es que con toda esta guerra de blogs que se ha desatado en nuestro mundillo digital, se me ha abierto la curiosidad por saber si esto que yo escribo lo lee alguien y si existe tamaño incauto, que opinión le merece. Supongo que aquí vendría decir ahora eso de pedimos tu colaboración para poder ofrecerte un mejor servicio. Pero eso sería mentir –que vicio más feo y, como todo vicio, que imprescindible- así que la verdad es que lo pregunto simplemente por alcahuetear. Admito todo tipo de critica despiadada e incluso sin fundamentar. De todas formas, digais lo que digais, no voy a cambiar nada: esto es ya lo mejor que puedo hacer. O lo único que me sale.
Pues nada, que muchas gracias por adelantado para quien tenga la deferencia de saciar mi curiosidad. Y a los que no, que coño, gracias de todas formas: sí a mi en el fondo me da todo igual.



¿Y el resto qué...?

La solución perfecta

Había encontrado la solución perfecta…
Con Narcóticos estrechando el cerco y las comunicaciones bloqueadas, a él se le ocurrió codificar la información en un relato sin sentido y pasarlo a través del concurso mensual de un foro de internet. La idea funcionó y a partir de entonces se convirtió en el procedimiento habitual.
Eso sucedió a principios de año.
Para abril el negocio marchaba viento en popa y a él le sobraba humor como para mejorar las historias y dotarlas de significado; fue así como en mayo consiguió sus primeros votos. Animado, en junio cuidó más su prosa; en julio incluyó algo de ironía y para agosto probó a sorprender con un final inesperado. Por esa misma época alguien se quejó de la creciente complejidad de las claves.
En octubre, por exigencias de la narración, decidió suprimir el lugar de entrega y variar la hora; se truncó la operación y le llovieron las críticas, pero la minificción funcionó
y consiguió la mención honorífica.
Y al fin, en diciembre, el éxito; el relato comenzaba así: Había encontrado la solución perfecta…


¿Y el resto qué...?

martes, 10 de octubre de 2006

La revolución de los cómics, de Scott McCloud



Si hay un hombre que se ha destacado en el mundo del cómic por la osadía y la capacidad de penetración –no seáis mal pensado; hay otras formas de penetración no tan divertidas pero que también merecen la pena- con la que ha diseccionado el lenguaje del noveno arte ese es Scott McCloud. En su ya clásico Entender el cómic, el autor norteamericano nos ofreció un recital inigualable –o al menos inigualado- de los recursos de que dispone el cómic;  validos incluso para analizarse a sí mismos. Una osadía a la que ni el  maestro Eisner se había atrevido en sus  estudios El cómic y el arte secuencial y La narrativa gráfica. Con estas credenciales era difícil resistirse al siguiente trabajo teórico del de Boston. Y efectivamente, no me he resistido, aunque me he tomado mi tiempo. Unos dos años para ser precisos.

A diferencia de Entender el cómic, McCloud abandona en La revolución de los cómics  el análisis de las posibilidades expresivas del medio y se centra en la tarea de tomarle el pulso al cómic desde la perspectiva del bien de consumo, es decir, del objeto con capacidad de negocio. De esta manera deja atrás las nobles regiones del arte y se adentra en la despiadada selva del dinero. Y es que no podemos obviar que para que haya de lo primero no queda más remedio que medrar en lo segundo. En este sentido el autor nos propone hasta doce revoluciones que en el mundo del cómic deberían llevarse a buen termino para garantizar su normalización cultural y social. Entre ellas, algunas que a mi me parecen tan sangrantes y urgentes como la diversificación de géneros: todo tipo de comics para todo tipo de lectores. O la conservación de los derechos de autor  por parte de dibujantes y guionistas, que les permita una mayor independencia creativa frente a las grandes editoriales. Temas de interés que sin embargo están marcados por una lógica dependencia del momento y que posiblemente condenen a este volumen a una vigencia efímera y transitoria. De todas formas es una lectura siempre interesante, llena de sugerencias y puntos de vistas esclarecedores.


Ahora bien, dicho esto, me vais a permitir que rescate de entre todas las propuestas la que más me ha sorprendido y a la que quisiera convertir en excusa para la reflexión. Hablando precisamente de la diversidad de géneros, McCloud afirma que la novela gráfica requiere de la aparición de un mayor número de trabajos naturalistas en los que se prescinda de la imaginación desatada y se ponga el acento en la representación del mundo tal cual es. Es decir, que traten con más frecuencia temas serios. Una opinión que puede comprenderse atendiendo al momento por el que atraviesa el cómic, dominado siempre por el género, pero que en el fondo no deja de resultar contradictoria con la vindicación de la amplitud de miras del cómic. Porque al fin y al cabo  la propuesta, o el ruego, no pasa de ser más que otra manera, quizá menos evidente, de ponerle puertas al campo. Entiendo que McCloud vea necesario que el cómic supere el reto y demustre su capacidad para contar incluso las historias más apegadas a la realidad; que pruebe que puede adentrarse en la Historia, en la intrahistoria o en la vida cotidiana y subterranea de los seres humanos. Es decir, que es capaz de hacer exactamente todo lo contrario de lo que hasta ahora se le ha asignado como propio. Y sin embargo creo que esta visión contituye a la larga un error que pone de manifiesto la débil situación en la que vive el noveno arte. Creo que la normalización del cómic sólo se conseguirá cuando pueda afrontarse el proceso de creación sin ningún tipo de complejos ni limitaciones; con el descaro que ofrece la plena libertad o con la plena libertad que surge del descaro. Porque, en definitiva, el mundo del cómic no tiene de qué avergonzarse cuando opta libremente por expresarse a través de la ciencia ficción, o de la fantasía más desatada, ni siquiera -horror- por medio de los superhéroes. Lo único que debe avergonzar al cómic es producir malas obras, sean del género que sean. Y de lo único que estaría bien que se preocupara es de crear más obras de calidad, aún tomando la premisa o la excusa que le dé la gana tomar. Como ha hecho siempre la literatura o el cine. Esa debería ser la única prueba de madurez del medio y el requisito inexcusable para hacerse acreedor a la plena normalización.



¿Y el resto qué...?

lunes, 9 de octubre de 2006

ee cummings

Con sólo mirarme me liberas,
aunque yo me haya cerrado como un puño
siempre abres
pétalo tras pétalo mi ser,
como la primavera abre con un toque
diestro y misterioso su primera rosa.
Ignoro tu destreza para cerrar y abrir
pero, cierto es que algo me dice
que la voz de tus ojos
es más profunda que todas las rosas.
Nadie, ni siquiera la lluvia,
tiene manos tan pequeñas

He aquí los versos de ee cummings aludidos en la minificción anterior. Una verdadera delicía -los versos, no la mini- que los cinefilos reconoceran sin problemas de la película Hannah y sus hermanas, de Woody Allen.



¿Y el resto qué...?

Nadie, ni siquiera la lluvia...

Ella se desliza bajo el suave lino al amparo de la penumbra, el silencio y la ira; sabe que tras lo sucedido aquella tarde en el centro comercial un sentimiento hiriente y frío como una astilla de hielo se le ha clavado en el corazón. Él apenas levanta la vista del libro y se mantiene callado; mejor, no quisiera por nada del mundo tener que enfrentar ahora lo que, acaso por inevitable, ya tampoco reclama urgencia. Sólo desea dormir, olvidar la imagen de su marido besando a aquella extraña, olvidar su sumisa humillación y tratar de ganar las fuerzas necesarias para intentar cambiar las cosas.
Entre las sabanas sus cuerpos se rozan levemente; ella lo rechaza, se ovilla sobre si misma y cierra los ojos con intensidad. No quiere mirar los de él, los rehuye como si pudieran convertirla en piedra; no quiere ni puede dejar que ésta vez sea una vez más. Sin embargo, cuando los abre, al igual que en las ocasiones precedentes, sus miradas terminan por cruzarse. Y entonces, maldita literatura, le vencen de nuevo aquellos viejos versos de ee cummigs. Nadie, ni siquiera la lluvia tiene manos tan pequeñas.

¿Y el resto qué...?

Superlópez: de lo soso a lo lamentable

Ahora que Mortadelo y Filemón están en el candelero gracias a los furibundos ataques de los defensores de la moral, el orden, la fe en el único dios verdadero, la unidad por cojones de España, la explotación laboral, las guerras ilegales a cambio de petroleo, las paranoias de Federico Jiménez Losantos y una cuantas cosas más que evidentemente merecen ser defendidas, ahora me acuerdo yo, vete tú a saber por qué, de los tebeos de Superlópez. A decir verdad –que es a lo que se viene aquí-, sí sé por qué. Para mí ambos tebeos forman parte de una unidad inextricable dentro de la estructura de mis recuerdos infantiles. Así que no es raro que nada más oír hablar de los personajes de Ibáñez se me disparen los recuerdos también hacia la creación de Jan. Fueron descubrimientos paralelos y ambos participaban de esa forma de estar en la vida tan graciosa y tan castiza que se caracteriza, al contrario de lo que sucede en los cómic de superhéroes americanos, que también devoraba con pasión en mi tierna infancia, más por la irrefrenable tendencia a perder o a ser golpeado con generosidad y frecuencia que por ganar o golpear. Claro, que puestos a elegir, casi todos mis amigos preferían Mortadelo y Filemón. Son más descacharrantes, decían ellos. Yo, sin embargo, siempre preferí Superlopez. Sus aventuras, además de graciosas, me parecían eso, aventuras. Mortadelo y Filemón por su parte no pasaban, a mí entender, del conjunto de chistes vagamente hilvanados.

Así que no os podéis imaginar –tal vez sí, quién sabe- como disfrutaba yo con la lectura de El Supergrupo, o de La semana más larga y los despistes del inspector Hólmez, con Los cabecicubos, ese trasunto cuadriculado de lo que fue nuestra guerra civil, de las triviales batallas de los dioses en La caja de Pandora, o de los descabellados excesos de La gran superproducción. ¡Qué etapa más gloriosa! Y qué decepcionante evolución. Y es que a partir del Cachabolick Blues Rock, los tebeos de Jan bajaron de calidad de una forma tan alarmante que a mi se me hace muy difícil entender como es posible que el mismo autor que nos sirvió las obras maestras anteriores pudiera acabar por dejaronos pestiños tan insoportables como el Periplo búlgaro, El hotel Pánico o El asombro del robot. Realmente lamentable.

Pues bien, hasta aquí más o menos la historia oficial que todo el mundo conoce. Toca ahora ir con lo que ésta no cuenta. Porque si bien es cierto que después de La gran superproducción, Jan jamás volvio a recuperar el nivel de los primeros números, creo que dentro de su etapa oscura –por mala, no por otra cosa- existen aventuras que tal vez merezcan ser rescatadas y reconocerles algunos meritos. Ese es el objetivo de mi post: hacer mención de esas islitas de luz dentro de la mediocridad general de la segunda mitad de las aventuras de Superlopez.

-En el país de los juegos, el tuerto es el rey: Creo recordar que ésta es la única aventura turística de Superlópez que se desarrolla en un país imaginario –Tontecarlo-, aunque fácilmente reconocible. Una premisa ingeniosa –un país en el que nadie trabaja y todo el mundo se gana la vida con el juego- le sirve a Jan para hacer una divertidísima reflexión sobre el papel del estado como suministrador de vicios.

-El tesoro del Ciuacoatl: Enésimo periplo de Superlopez, esta vez por tierras méxicanas. Pero ahora, aún con su buena dosis de turismo, Jan da mayor relevancia a la aventura y nos ofrece una muy entretenida búsqueda de un viejo tesoro por parte de varios bandos enfrentados. Una historia muy del estilo y gusto de la que rodaba John Houston (El tesoro de sierra madre).


-Los ladrones de ozono
: Vaya, me atrevería yo a decir que si alguna obra maestra nos legó la etapa mediocre, debe ser sin duda ésta muy dura sátira del V Centenario del descubrimiento de América. Pero lecturas sesudas y profundísimas aparte, Los ladrones de ozono recupera el sabor del mejor Superlópez clásico, de aquellos viejos tiempos en que el superhéroe catalán se las tenía bien tiesas con todo tipo de mostruos, a cual más delirante, y en escenarios espaciales. Y eso es lo que nos depara esta aventura: mucha acción, muchos alienígenas y mucha diversión.

En fin, hasta aquí llega mi rehabilitación de Superlopez. No es un gran bagaje, pero algo es algo. De todas formas advierto que deje de leer sus aventuras, salvo esporádicas excepciones -o decepciones, como El gran botellón, hacia el número 31, exactamente con el insoportable El crack. Por tanto aun me faltaría por leer unos 15 volúmenes, es decir, que podría existir alguna otra aventura salvable. Pero eso ya que lo compruebe otro.

¿Y el resto qué...?