lunes, 11 de septiembre de 2006

El Día del Juicio

Siguiendo un poco la estela y la recomendacion de nuestro carcelero digital favorito, Alvaro Pons , me he decidido, al fin, a dar cuenta de El Día del Juicio, el penúltimo acercamiento del genial barbudo al género de los superheroes … ¿O habría que decir mejor del no menos genial Rob!?. La verdad es que es difícil asegurar con certeza, tras su lectura, a quien se parece más la criatura; si a papa Moore o a mama –con perdón- Liefeld. Y es que si a Moore le basta con apenas un poco de oficio y las sobras de otros trabajos –como Watchmen o Promethea- para conseguir una historia muy por encima del estandar de calidad habitual, a Liefeld le es suficiente una sola página –cualquier página, eso queda a elección del lector- para mostrar y demostrar que él es el dibujante más dotado de la historia del cómic para esto de hacer pensar a los lectores: en obligarles a preguntarse en qué diablos piensa este hombre cuando compone una página, con qué parte de su anatomía realiza sus trabajos, o quién fue el sádico desalmado que le dijo a Rob! que sabía dibujar. Es tremendo comprobar como este genio sin parangón consigue dejar en los huesos, una a una, todas las ideas de Moore, cómo echa a perder cualquier atisbo de tensión dramática, como neutraliza la fuerza de todos los giros argumentales…. En fin, ya digo, un talento excepcional al alcance de muy pocos.

Pero bueno, tratemos de obviar la evidencia y centrémonos mejor en el trabajo de Moore. Como ya indique antes, en esta su enésima vuelta de tuerca al genero de los superhéroes, el guionista británico, a medio gas, se vale de ideas ya ensayadas en otras obras para componer una historia que va más allá, como siempre pasa con él, de los limites que se le suponen a los superheroes. Y es que El Día del Juicio bien puede leerse en clave de repaso de la historia y evolución del genero, al estilo y forma de Watchmen, o bien, olvidándonos un poco de estos, entenderla como un estudio del poder del mito, la palabra y la imaginación a la hora de crear la realidad. Es decir, algo muy parecido a lo que ya venía insinuándonos en otras obras como Promethea o Serpientes y escaleras.

Así, cogiendo la primera de estas posibilidades, se la podría considerar casi como una continuación natural de Watchmen, en la que Moore arremete sin piedad contra una industria carente de ideas realmente validas y cuya única propuesta para su renovación ha sido, a lo largo de los años, la de cargar las tintas en el plano de la violencia y el sexo. Moore se ensaña fundamentalmente con los derroteros tomados por el cómic de superhéroes a partir de los ochenta, años en los que obras como las suyas o las de Frank Miller sirvieron de coartada para que autores sin talento ni nada que contar, como MacFarlane o el propio Liefeld, llenaran los tebeos de mutantes salvajes, bazocas desproporcionados o mujeres de pechos y caderas imposibles. Moore personaliza en la figura del asesino -juro que he estado a punto de escribir quien es- el trasunto imaginario de ese guionista irresponsable que en la realidad, y en virtud del beneficio propio, fue un paso más allá y propició la descomposición del universo superheroico. Una descomposición de cuyos perjuicios aún tardará la industria y el noveno arte en reponerse.

Sin embargo, a otro nivel de lectura, la obra es también una defensa de la realidad entendida como acto de creación, una vindicación de esa maravillosa facultad humana de reinventarse y reinventar su mundo con la sola herramienta de su imaginación y la palabra, de ese don que es capaz de elevarnos a la altura de los propios dioses. Y es que para Moore el hombre es la resulta de la curiosa alquímia entre materia y verbo, entre carne y sueño, entre lo que es y lo que podría ser. Y esto entendido tanto para bien como para mal.

Por cierto, y hablando de todo un poco, me resulta curioso ese invento de un libro con todas las historias posibles, que tan poderosa e inevitablemente recuerda al libro de arena de Borges. ¿Habrá leído el de Northampton al de Buenos Aires? Apostaría a que sí.

De todas formas, aun siendo de lo más interesante que se puede leer dentro del género, no consigue alcanzar el nivel que todos sabemos que el ingles podría dar si se lo propusiera en serio. Nada, habrá que esperar a la lectura de Lost Girl para recuperar al mejor Moore. O a la anhelada conclusión de Big Numbers. O a la rocambolesca reedición de Miracleman. En cualquier caso, pertrechémonos de paciencia…

Puntuación: 7



¿Y el resto qué...?

viernes, 1 de septiembre de 2006

Billie Holiday

Supongo que cuando uno se decide a leer una reseña –no las mías, por supuesto, que ya he demostrado con generosidad mi incapacidad para ello- lo hace con la esperanza de encontrar alguna clave importante que le permita acceder a un entendimiento más profundo y verdadero de la obra reseñada. Pues bien, sí así es, vaya por delante la que yo considero como fundamental para entender lo que es esta Billie Holiday: Muñoz y Sampayo. Dos nombres y un equipo creativo que es sinónimo de calidad y humanidad y que nos ofrecen, una vez más, toda una lección magistral de lo que puede llegar a ser un cómic -ese vehículo expresivo que muchos quieren reducir a la categoría de simple entretenimiento para niños, adolescentes y adultos sin madurar- cuando se hace desde la inteligencia, la sensibilidad, la sinceridad y el buen gusto.

Billie Holiday es, obviamente, una biografía de la cantante norteamericana (ya, ya, ando fino últimamente); es además, como suele gustarle al tandem argentino, una denuncia de las contradicciones internas que asolaron y asolan al país de las libertades –según se autoproclaman ellos mismos, claro-, un país roto por las injusticias donde no todos los individuos tienen garantizados esos mismos derechos que su propia constitución les reconoce. No obtante, a mí me gusta más leer esta obra como una hermosa reflexión sobre la relación entre el artista –el ser humano- y su obra. Así Muñoz y Sampayo evitan hacernos el verso y pintarnos un retrato idealizado de la cantante; muy por el contrario nos la muestran tal cual fue: alcóholica, drogadicta, e incapaz de revelarse frente a los hombres más miserables que encontró a lo largo de su vida y a los que sin embargo amó ruinosamente. Una mujer a la que es imposible admirar antes de oírla cantar, tanto como no hacerlo una vez que se le escucha. Porque cuando Billie Holiday canta un poderoso torbellino barre y se lleva con él todas las miserias de este Ser en el mundo y en el tiempo para dejar sólo la esencia y la grandeza de lo que podría haber sido; acaso de lo que fue de una forma más profunda y verdadera. Porque sólo a través de la canción, sólo a través de su arte, esta mujer pudo encontrar una vía de escape y otra forma de manifestarse más allá de las estrecheces que las circunstancias azarosas y desgraciadas de su vida y su tiempo le impusieron. Tal vez, por esto mismo, haya más Billie Holiday en sus canciones que en todas las anécdotas de su vida. Y tal vez sea por ellas precisamente, y sólo por ellas, por lo que deberíamos recordarla.

Para mostrarnos este abismo entre el ser humano y el artista, Muñoz y Sampayo nos contraponen a los hechos de su vida, rememorados a través de la investigación de un periodista al que han encargado escribir un artículo por motivo del aniversario de su muerte, y que generalmente son de gran dureza y crueldad, los recuerdos dulces y agradecidos que de ella tiene el personaje insignia de estos autores, Alack Sinner, compuestos por pequeños cruces y grandes descubrimientos que sin duda hicieron más hermosa su vida – la de Sinner- y que engrandecieron también, aunque fuera sin saberlo y en la ficción, la de la cantante.

En cuanto al apartado gráfico, supongo que no es necesario, cuando a los lápices está José Muñoz, notar nada sobre el mismo. No será necesario, pero yo voy a decir algo que me tiene un poco mosqueado: es indudable lo maravilloso de su dominio del claroscuro y la mancha, pero... ¿tiene que usar siempre los mismos recursos, sea cual sea la historia que cuente? ¿No tiene este hombre más registros?
En fin, bueno está, hay cosas peores en la vida.


Puntuación: 9


¿Y el resto qué...?

Las dos lecciones

El Emperador Qin Shi Huang dormía profundamente. Soñaba con una mariposa de vivos colores que revoloteaba en su alcoba. La mariposa se acercó al lecho y con elegantes palabras, que fueron muy del agrado de Qin Shi Huang –la que más le gustó fue yogurtera, aunque transexplendido tampoco le dejó indiferente-, le reveló el anhelado secreto de la vida digna. Qin Shi Huang despertó inmediatamente y sin perdida de tiempo comenzó a redactar su “Vida revelada por una mariposa”, tratado que entre guía espiritual y ordenamiento jurídico publicó y promulgó hacia el año V de su propia era.
De esta manera el imperio acató con modélica lealtad –aquí las malas lenguas señalan que la pena de muerte con que se castigaba cualquier incumplimiento ayudó mucho a que así sucediera- las nuevas costumbres que en él se recogían: aún con las lógicas dificultades, los ciudadanos aprendieron a volar y a libar la miel de las flores; las mujeres descubrieron las mejores plantas donde dejar sus huevos y los niños a tejer y romper sus crisálidas. Y sin embargo, a pesar de la honda sabiduría de los consejos de la mariposa y del impetuoso celo con que los ciudadanos los llevaron a la práctica, el imperio se sumió inexplicablemente en la tristeza y la melancolía. Tanta que, apenas diez años después de su promulgación, no hubo más remedio que derogar la vigencia del tratado.
Quin Shi Huang había aprendió una la lección: acaso lo que resulta bueno para una mariposa puede no serlo para un ser humano. Yo propongo otra bien distinta: hay que estar muy tonto para hacerle caso a cualquier bicho parlante que venga en sueños a revelarte nada.


¿Y el resto qué...?