miércoles, 22 de febrero de 2006

Un libro con dibujos... y no es un comic

Hablando de libros de autoayuda se me ha venido a las mientes uno que, no siéndolo, bien pudiera pasar como tal: me estoy refiriendo, por si alguien no reconoce los dibujos, a El Principito de Antoine de Saint- Exupèry. Supongo que quien lo conozca no tendrá inconveniente en admitir que es de esos pocos libros capaces de marcar toda una vida lectora. Y en mi caso, a la belleza propia de la narración, se une el cariño que siento por quien me lo recomendó, rosa de mis afectos a la que busco cada vez que alzo la mirada hacia las estrellas.

Sin embargo hay algo en lo que quisiera disentir con la opinión general que suelo encontrar cuando se habla de El Principito: para mí este no es un libro que apele al lado infantil que todos llevamos dentro, no es una apología de la inocencia; para mí este libro habla fundamentalmente de los valores que deberían adornar a un adulto verdaderamente maduro.

Considero que para una amplia mayoría de adultos dejar atrás la infancia significa no otra cosa que desarrollar una desconfianza casi paranoica a fin, dicen ellos, de no dejarse engañar por nadie, y además hacerla acompañar de una mala leche gratuita y desproporcionada a fin, siguen diciendo ellos, de defender sus legítimos intereses(???). Para mi esto no es madurar; para mi esto no es más que perpetuar y acrecentar los defectos propios de la inmadurez: la irresponsabilidad y la crueldad. Porque si esto fuera la madurez, ciertamente no sería algo deseable y apetecible, si no más bien todo lo contrario. No es de extrañar que muchos adultos la rechacen y casi se sientan insultados si se les califica como personas maduras. No es mi caso: para mí la verdadera madurez sí es virtud deseable y pasa, como nos enseña El principito, por saber reconocer las cosas verdaderamente esenciales de la vida, aquellas que no pueden verse con los ojos pero sí con el corazón, y aprender a conducirnos con arreglo a ellas.

La lástima es que enseñanzas tan necesarias como estas estén irremediablemente condenadas a caer en el olvido en una sociedad donde lo que no puede verse, tocarse, medirse o valorarse parece sencillamente no existir. Así no nos podrá sorprender que haya quienes vean en el El principito un libro infantil e ingenuo y no ese tratado de madurez, sabio y hermoso, que sin duda es.
Pero dejemos ya de lamentarnos y aportemos nuestro granito de arena en la tarea, perdida de antemano pero igualmente necesaria, de salvaguardar en la memoria esas enseñanzas esenciales. Ahí van las tres que yo creo fundamentales en el libro y que resumen lo mucho que a mí me ha aportado:


-"¡Por favor..., domestícame!"
Siempre he tenido este termino por algo negativo, algo que limita y coarta la libertad. Sin embargo cada vez ando más persuadido de haberme equivocado y poco a poco voy percibiendo con claridad el hecho incontestable de que toda la hermosura que nos puede ofrecer la vida lo es necesariamente en relación con los demás; lo es por la riqueza y la significación que nos aportan las personas con las que compartimos las experiencias que nos van surgiendo en el camino.

-"Ve y mira nuevamente las rosas. Comprenderás que la tuya es única en el mundo"
Otra enseñanza que quisiera no olvidar jamás. Que en este mundo mediocre y uniformado donde se nos trata de reducir a todos a poco más que a factores de producción y unidades de consumo exista un libro con la valentía de defender la noción tan poco actual de que en todos hay algo que nos hace diferentes, únicos e imprescindibles a nuestra manera, es razón más que suficiente para mostrarle admiración.

-"[...] no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos"
Es este, qué duda cabe, el meollo del libro y la enseñanza más urgente para nuestro tiempo. Porque de lo que nos advierte este libro sabio no es, como ya he apuntado más arriba, de la necesidad de recurperar la infancia, sino más bien de la urgencia de volver a reconocer y gustar de aquellas cosas verdaderamente esenciales de la vida, esas que más que verse, tocarse, medirse o valorarse, se sienten en lo profundo del alma, pues corremos el riesgo, si no lo hacemos, de que sean suplantadas y sepultadas por valores tan efimeros y superficiales como el éxito, el poder o el dinero.
En fin, un libro imprescindible del que todos podríamos-y deberíamos- aprender más de una cosa.



7 comentarios:

  1. El escritor gallego Carlos Casares, fallecido hace un par de años, coleccionaba ejemplares de éste libro en todos los idiomas.

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  2. Yo el ejemplar más raro que he visto es una edición en Castuo (extremeño). Lo cual es una autentica barbaridad porque el castuo no llega ni a dialecto. Si acaso a malhablar de nuestra gente.

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  3. buen aporte amigo, debemos enseñar a la gente a ver con la verdadera razon del corazón y no con la distorción de valores q tenemos en la actualidad, y ademas disque con la ayuda del gobierno q no hace sino ayudar a destruir la sociedad con el unico objetivo de ganar dinero.....
    rubencho68@hotmail.com

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  4. Me encanta el libro y me encantas. No todo el mundo tiene la sensibilidad justa para ese libro. Tú no sólo la tienes, sino que además nos haces partícipes de ella.

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  5. ese libro lo lei cuando tuve 6 años y se volvio en mi libro favorito

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